Rivera, miércoles 11 de diciembre de 2024

Novela, (Infra)Mundo(s) y la Magia del Realismo

I
Acabo de leer una novela. Una novela inquietante y fundamental. También es una película, la pasan por Netflix. Pero, no me voy a detener en la aventura de la adaptación cinematográfica. Prefiero volver a la novela. Definitivamente no es un best seller, tampoco es literatura recreativa, mucho menos un libro de auto ayuda.
Se trata de una obra de arte. Una obra de arte, que posterior o cercano a su publicación, fue echando raíces en los escritores del “boom” latinoamericano: Alejo Carpentier, García Marques, Julio Cortázar, Borges, Ingenieros. Son ellos, entre otros, los más reconocidos deudores del “realismo mágico” de Rulfo.
También, en el páramo latinoamericano, se escucharon voces críticas, con opiniones como la de César Aira, que consideraba que Rulfo era un escritor mediocre (“no me gustan los escritores que no escriben”, dijo, en referencia a que la obra completa de Rulfo no llega a las 300 páginas).
“Pedro Páramo” incluye a las tres escrituras antedichas y las supera como una di-versión, y como un medio poético para hablar de la condición de la existencia humana, de las miserias y flacas alegrías que encontramos entre hombres y mujeres que les toca sobrevivir (más allá de la opulencia de una minoría), como una fatalidad, más allá de la vida y de la muerte.
Ambientada en un lugar específico de la geo-política-poética del interior del autor y del interior de México. En una ciudad inventada (como fuera Macondo para Gabriel García Márquez, o Santa María para Juan Carlos Onetti): Comala.
Y entonces, ¿qué decir de “Pedro Páramo”? El título de la novela y su arquetipo: Pedro=Piedra, Páramo=terreno yermo, raso y desabrigado. Lugar frío y desamparado.

II
Mejor que lo diga Juan Rulfo por boca de sus protagonistas vivos o muertos, o a medio camino:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” Así inicia la novela con Juan Preciado, narrando.
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Eduviges (vecina y amiga de la madre de Preciado):
“Solo yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco como acortar las veredas. Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera, y no cuando Él lo disponga.”
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“Entonces oyó el llanto. Eso lo despertó: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos”.
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– “Han matado a tu padre.
– ¿Y a ti quién te mató, madre?”
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En cierto momento, Juan Preciado, que ya sabemos o creemos muerto, habla con Dorotea, una mendiga tullida, ésta sí, decididamente muerta, en estos términos:
– “Lo único que la hace a una mover los pies es la esperanza de que al morir la lleven a una de un lugar a otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la del infierno, más vale no haber nacido… El cielo para mí, Juan Preciado, está aquí donde estoy ahora.
– ¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
– Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella. Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me preocupa.”
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“Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.”
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Muerte de Juan Preciado, lo “recuerda” y lo cuenta, el propio Preciado:
“Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue lo último que vi.
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Conversan los muertos: Dorotea y Juan Preciado debajo de la tierra, enterrados en el camposanto.
– “Mejor no hubieras salido de tu tierra. ¿Qué viniste a hacer aquí?
– Vine a buscar a Pedro Páramo, que según parece fue mi padre. Me trajo la ilusión.
– ¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido. (…) Ahora que estoy muerta me he dado tiempo para pensar y enterarme de todo.”
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Muerte de Miguel Páramo. Pedro, su padre, lo consentía:
“La culpa de todo lo que él haga échamela a mí.”
“Pedro Páramo se había quedado sin expresión ninguna, como ido. Por encima de él sus pensamientos se seguían unos a otros sin darse alcance ni juntarse. Al fin dijo:
– Estoy comenzando a pagar. Más vale empezar temprano, para terminar pronto. (…) Y diles Fulgor a esas mujeres que no armen tanto escándalo, es mucho alboroto para mi muerto. Si fuera de ellas, no llorarían con tantas ganas.”
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Dos mujeres enterradas hablan de Susana San Juan, el amor de Pedro Páramo.
– “¿Voz de mujer? ¿Creíste que era yo? Ha de ser la que habla sola. La de la sepultura grande. Doña Susanita. Está aquí enterrada a nuestro lado. Le ha de haber llegado la humedad y estará removiéndose entre el sueño.
– ¿Y quién es ella?
– La última esposa de Pedro Páramo. Unos dicen que estaba loca. Otros, que no. La verdad es que ya hablaba sola desde en vida.”
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La Media Luna es la hacienda de Pedro Páramo, en la cercanía del pueblo de Comala.
“La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las loterías.” (…) Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:
– Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo.”
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“Fue la última vez que te ví. Pasaste rozando con tu cuerpo las ramas del paraíso que está en la vereda y te llevaste con tu aire sus últimas hojas. Luego desapareciste. Te dije: “¡Regresa, Susana!””
“Pedro Páramo siguió moviendo los labios, susurrando palabras. Después cerró la boca y entreabrió los ojos, en los que se reflejó la débil claridad del amanecer. Amanecía.”
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Pedro Páramo espera por Susana (hace tiempo la espera). Abundio esta borracho, quiere “una caridad” para pagar el entierro de su mujer. Por azar llega a la Media Luna. Y lleva un cuchillo.
“(…) hasta que llegó frente a la figura de un señor sentado junto a una puerta. Entonces se detuvo:”
“Sintió que su mano izquierda, al querer levantarse, caía muerta sobre sus rodillas; pero no hizo caso de eso. Estaba acostumbrado a ver morir cada día alguno de sus pedazos (…)”
Antes de morir, ve la “luna grande en medio del mundo”. La luna llena, arquetipo de la noche clara y cruel, del amor y de la muerte. Piensa y siente en su cuerpo, el cuerpo de Susana San Juan:
“Había una luna grande en medio del mundo. Se me perdían los ojos mirándote. Los rayos de la luna filtrándose sobre tu cara. No me cansaba de ver esa aparición que eras tú. Suave, restregada de luna; tu boca abullonada, humedecida, irisada de estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan.”
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“Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.

III
La consagración de Rulfo tuvo bastante que ver con el “boom latinoamericano”, como lo hemos afirmado. La década del boom es 1960. La novela de Rulfo se publicó en 1955. De esos mismos años data lo “real maravilloso” de Alejo Carpentier, y con Rulfo irrumpe el “realismo mágico” que sería bandera de García Márquez. Hoy estamos familiarizados con las fracturas de las líneas temporales en la narrativa; en 1955 los vaivenes del tiempo, el espacio, la voz narrativa y el punto de vista en “Pedro Páramo” fueron novedades, contemporáneas a las rupturas del “nouveau roman”. La novela de Rulfo fue más rupturista que las novelas del boom.
“Suele decirse que Pedro Páramo narra dos historias: la de Juan Preciado, que viaja al pueblo de Comala para buscar a Pedro Páramo, su padre, de quien trata la segunda historia. En realidad, al principio del libro da la impresión de que efectivamente se trata de dos historias, pero muy pronto Juan Preciado se desvanece de la narración casi completamente y subsiste apenas como una voz que murmura dos metros bajo tierra, como interlocutor de quienes narran la vida de Pedro Páramo.
La trama avanza a través de escenas muy breves, muy densas de diálogo, con descripciones concisas y poéticamente eficaces, entre personajes bien perfilados de quienes nunca sabemos demasiado. A poco de empezar la lectura uno sospecha que Juan Preciado, quien narra la historia, se ha metido en un mundo de fantasmas, una especie de mezcla del Hades clásico con el Mitclán nahua. En etapas tempranas de su escritura, la novela en proceso se titulaba “Los murmullos”; el desorden cronológico y la multitud de voces narrativas y puntos de vista de Pedro Páramo pueden interpretarse como un intento de registro de las memorias de los muertos, sus murmullos en el inframundo, Comala.” Carlos Reherman para La Diaria.

IV
Cierro esta nota, escribiendo, sobre mi experiencia como lector. Hace años atrás, anduve “namorando” los relatos de Rulfo. Fue en mi primer viaje a la capital, vivía en una comunidad anarquista en pleno centro de Montevideo, caminaba algunas pocas cuadras para estudiar en la Escuela Universitaria de Servicio Social, caminaba en otra dirección y tomaba cursos en la Facultad de Humanidades y Ciencias (cuando estaba por Tristán Narvaja) y caminaba, un poco más lejos y me tomaba el 121 a Pocitos como alumno-satélite (estudiante no formal) de la Escuela de Bellas Artes. Todavía no me había ganado el teatro. Fueron tiempos ferméntales y de pies hinchados.
No recuerdo quien me presentó a Rulfo, tal vez Nestor Ganduglia en nuestras conversas de boliche después de las clases, o en una clase de Filosofía Antigua y Medieval de Jesús Caño Guiral, el profe materialista radical que tuve el gusto de conocer (más que Jesús debería llamarse Lénin). Pensándolo bien… tal vez haya sido Sabrina, una amiga que tenía tratos y tal vez, contratos con el más allá. La memoria es tan frágil.
Lo trascendente, es que me presentaron un libro, casi escuálido, breve (al lado de lo que nos obligaban a leer, esos mazacotes enormes de 800 páginas o más): “El Llano en Llamas” una colección de 17 cuentos de Rulfo. Me impactaron enormemente, en especial: “Macario”, “¡Diles que no me maten!” y la piedra preciosa: “Luvina”. De “Luvina” hay mucho para decir, baste comentar que es uno de los cuentos más bien logrados de la literatura universal.
Pero y qué con “Pedro Páramo.” Tuve un encuentro tardío con él. Y fue gracias a mi querida profesora de Literatura de 5to y 6to año de Bachillerato del liceo 1, Nelda Antúnez de Beis. En uno de mis frecuentes viajes a Rivera, pasaba por su apartamento en el edificio del Hipotecario, para seguir conversas literarias que íbamos dejando inconclusas, para retomarlas en el siguiente viaje a la frontera.
En uno de esos encuentros me regaló este libro, que lo tengo aquí, a mi lado, y que me acompaña como uno de los más queridos y releídos. De la edición de Planeta: “Pedro Páramo y El Llano en Llamas”.
Si tuviera que resumir lo que provoca en mí su lectura, diría: Lo real y lo fantástico se misturan, con un estilo vigoroso y poético, lo popular se enraíza en un cotidiano feroz de conmovedora fuerza, en una realidad injusta y cruel, pero a la vez, de un lirismo entrañable. Todo es mestizo: los vivos, los muertos, los enterrados. Los que llegaron al cielo, pero tienen que volver. Las almas en pena, la pena de las almas. Todo es real. Todo es mágico.
Y Juan Rulfo-Pedro Páramo, vive, en cada lector que resulta inducido, seducido, para adentrarse en su(s) (infra)mundo(s).

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