Rivera, sábado 22 de febrero de 2025

Hoy me dio ganas de hablar de mí

Hoy me dio ganas de hablar de mí. Pero no lo voy a hacer. Me da “cosa”. Esa “cosa”, pariente de la vergüenza. En la sociedad del espectáculo (Guy Deboard) existe una empresa marketinera en hablar de sí mismos, de forma épica, heroica, necesaria, haciendo gala del uso y abuso de algunas virtudes. Ellos y ellas, hombres y mujeres, también diversidades, chupatintas y alacranes, todes, alimañas sociales (esa de los “vicios privados, publicas virtudes”).
Hoy tuve un des-encuentro con una muchacha que tiene miedo. De mí. O tal vez de sí misma. Le han llegado muchas palabras, muchas imágenes, muchas ideas (yo diría “ideotas”, ideas grandes, pesadas, no por lo potentes, sino por ser eso: inútiles).
Esa muchacha es comerciante, riverense, tiene una niña chica, es casada, tiene sueños como cualquier ser humano. Pero bueno, se trata de una pequeña mujer pequeña, de pequeño corazón y susto grande. Se trata de una buena persona, aunque influenciable, insegura. Fui mal tratado (después de algunos pocos años de convivencia social) con rudeza, con dureza excesiva.
En parte la entiendo, como no hacerlo. Ella es, la mayoría de la gente de esta frontera, donde se promueve el conflicto y huelga la paz. Donde todo puede ser puesto en duda, lo primero: la palabra, la decencia, el honor. Donde la “fofoca” se yergue y reina. Y se instala la sospecha. “Se invierte la carga de la prueba”, diría un abogado amigo.
En otras palabras, la máxima del derecho es subvertida: “Todos son culpables, hasta que se demuestre lo contrario”, Flaca demostración de humanidad.
A la pequeña mujer, le hablaron mal de mí. Es fama que soy raro. De raro a delincuente, existe un largo trecho, ¿o no? Me han llegado algunos informes de mí. Que soy esto y aquello, que siempre, que nunca, que tal vez. Jamás les di bolilla. La unanimidad siempre resulta burra. Sin embargo, andaría yo algo distraído y con las defensas bajas, y resulta que me pegó en el plexo solar, en medio del pecho, tamaño miedo de tamaña mujer.
Pero como todo en la vida, también me encontré con otra mujer. Una de cal, otra de arena. Una señora musical, de estampa poética, sensible, resuelta. Y pude percibir entre estas dos féminas, un mar de diferencias. Una, el rechazo. La otra, el abrazo.
Hoy me dio ganas de hablar de mí. Pero prefiero no hacerlo. Prefiero que quien hable de mí, sea un amigo melancólico resuelto en luna, una figura que me conoce, me reconoce y por lo tanto, no me salva de la crítica por mi trabucado esperpento y, al mismo tiempo, me da pa’lante como solo los amigos verdaderos suelen hacerlo.
Él lo escribió como una “especie” de prólogo, que jamás amaneció en el libro (porque no llegó a tiempo para incluirlo). En uno de mis libros de poemas, como tantos de tapa negra, que generó cierto escozor por donde anduvo, dio que hablar, y tal vez, haya confirmado lo que decían algunos y algunas, sobre mi inclinación hacia los engendros cañotos atravesando el verbo, sospechas de gente proba, cándida gente.
Lo titulé así: “penumbra / niebla / merda /abismo”, editado por otro querido poeta, ya fallecido, José Luis Amaral. Y que reunió palabras generosas y elogiosas (hacía mi poemario) de parte de quien sí me interesa saber; la académica, profesora y mejor gente, la flaca Ale Rivero.
Transcribo lo escrito. Porque, creo, me pinta con trazos gruesos, con esos colores terrosos, que tan acertadamente definen mi devenir en este incierto desierto de Riveramento:

“¿Quién es el loco ese?”

“Michel para mí, es como esa cometa que él describe en su libro recién parido: ‘marimbo roncador sin cola ni piola’.
La verdad es que nunca sé para donde va, y no sé por dónde va a caer si se acerca demasiado al sol. No me acuerdo (o quizá no deseo acordarme) donde lo conocí.
Lo cierto es que me fijé en el gato medio flaco, medio azulado, en uno de sus pulsos, y mierda que debe doler una incrustación de tinta en esa parte del cuerpo.
Para mí, habla demasiado, critica mucho y tiene la lengua muy larga.
Corren rumores inciertos de un pacto secreto que tiene con ‘el beisudo’, pero otros me cuentan que solo se reúnen a tomar té (Michel no toma mate por esa cosa rara de su estómago, traté de invitarlo igual varias veces. Deve de sé dum culto)
Lo veo a veces desde lejos, con esos collares de rabo de mulita o cola de lagartija, camisa abierta, moto destartalada con un pegotín de Elvis (Presley), pelo nevado y barbilla revolucionaria.
‘Mas que merda. La vem ele como o cargamento de locura no lombo’, Y nos ponemos a charlar. Solo en ese momento me doy cuenta de que padecemos de la misma locura, y en su voz baja y pausada, veo un inagotable manantial de ‘conversa jogada fora’, que me cae como un trago de Velho Barreiro.
De su último libro todavía me queda el gusto agridulce en la boca.
Parece que masqué cenizas de cascara de naranja y tabaco.
El gusto no se me va con mierda ninguna.
Quizá necesite una ‘mujer manzana, carnal, cruel, caliente de luna de arenal’ para sacarme el gusto del techo de la boca.
El tipo ese me hace pensar, y mi abuelo me decía: – ‘Oia fío, que pensá muito te da catinga’.
Llevándolo a mi lado puramente gastronómico, al principio de su último libro, se arman unas ensaladas de palabras aderezadas con una vinagreta de vino blanco, clavo de olor y miel del bosque.
Siento el olor de su presencia funesta, amalgamando lo que en un principio (gracias a Dios) no entendía.
Allá a lo lejos, entre una línea y otra, como que espiando desde una prisión fraguada, me mira Michel con ‘el sol entre los dientes’, cagándose de risa, sosteniendo en su mano felina un ladrillo cagado de futuro (valga la redundancia). Me lo tira desde lejos, y con la misma puntería que la del saudoso Curuja, me lo da en la cabeza, haciéndome entender lo que mi limitación impedía.
Él es mi enemigo. Me hace creer en la gente y criticar a la ‘gente’ con una humildad envidiable.
Un día pensé en pedirle dinero prestado, pero tuve miedo…miedo de que me dijera que sí.
‘Cachorro mordido por cobra ve linguiça e sai correndo’.
Por eso (y por muchas razones más que el pudor me impide escribir) me sumergí en este libro emblemático y fangoso. Cuanto más nadaba, más me hundía.
Llegué a la conclusión de que es un libro que tiene mucho de penumbra (lo cual me asusta), alguna niebla (lo cual me atrae y calma mis sentidos) y que uno va al tanteo hasta llegar al borde de un abismo, y que mierda… agora vamo té que se jogá!”

– Raphael Ficher

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