Lo falso, las falsas, una fábula y la posverdad
I
Los sinónimos de falsedad amplían el sentido, en tanto: engaño, mentira, embuste, inexactitud, calumnia, chisme, infundio, ardid, dolo, timo.
¿Qué es lo contrario de lo falso? ¿La verdad? ¿O los antónimos: autenticidad, veracidad, sinceridad?
El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber definió a la posverdad como “leer de la realidad solo lo que le cuaja y le cierra a lo que previamente uno cree”. Para el pensador siempre se pueden hallar los datos que alguien necesita para justificar las propias ideas. En ese sentido, “hay como una conciencia de que uno ejerce esa operación, pero no le importa”, dice Sztajnszrajber.
Quiere decir entonces que no importa la verdad, lo que importa es la puesta en escena de algo espectacular, que bien puede ser verdad o no (y eso, poco importa, como dice el mediático filoso-filósofo).
La idea predominante en el neologismo “posverdad”, es el de que algo que aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad.
Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentira (falsedad) o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de “posverdad”, expresión que ocultaría la tradicional propaganda política, o el uso de las relaciones públicas como instrumento de manipulación y control.
Por si queda alguna duda, “posverdad” o “mentira emotiva”: “describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales”. (Wikipedia).
II
Les voy a contar una historia, una fábula. Había una vez una ciudad con muchas cuevas así como casas. Había una vez unas falsas personas que eran ciegas, sordas y de escaso entendimiento (eran como topos, por haber vivido en permanente alejamiento del sol y la luz), aunque tenían lenguas muy afiladas (eran de la especie “topos-chusma”).
En una fría tarde invernal y pandémica, una de ellas para romper con el aburrimiento de su triste y ensombrecida vida, decidió salir de su cueva o caverna, anunciando a viva voz y con su lengua ferina, que había sido víctima de un aberrante juego de espejos, en donde se reflejaban su alma oscura y viperina. A partir de esa constatación de que tal sombra (que la acompañaba a pesar de su maquillaje, vestuario y bandera multicolor) le ganaba, cada día más, en profundidad y extensión a su alma.
Decidió, entonces, vengarse del mundo y extinguir para siempre las luces que ardían en otros seres que no habitan las cavernas. Para ello se juntó con animales salvajes y tenebrosos, oportunistas (de las que hacían parte las ciegas y sordas del inicio, los topos-chusma) y, decidieron apoyar las actitudes del maléfico ser, con la innoble intención de obtener sus cinco minutos de fama.
Esta historia o fábula, aún no tiene fin. Se comenta (siempre se comenta) que fue, el inicio de la era de la posverdad en esa ciudad de cuevas, chusmerío y casas.
III
A partir de Platón la verdad se identifica con el bien y entonces la filosofía declara abiertamente que su fin consiste en formar ciudadanos honestos, individuos capaces de remontar la oscuridad de la caverna y alcanzar por sí mismos la verdad, para luego volver y ayudar a salir de las tinieblas a los antiguos compañeros de cautiverio, quienes creen reales las sombras reflejadas en las paredes de la cueva.
Hoy el mito de la caverna nos resulta mucho más cercano y fácil de comprender. Es obvio que Platón quiere evitar los discursos políticos demagógicos, así como aquellos que halagan a los, las burócratas-aristócratas de la época, construidos con mentiras que al final conducen al pueblo cegado hacia la tiranía y la dominación. Por eso, la mejor arma para enfrentarse a las habladurías falsas manchadas de lila, y tan propias de la “posverdad”, es el saber, es decir, no un saber puramente teórico, sino práctico, cuya piedra de toque se encuentra en la ética.