Rivera, sábado 21 de diciembre de 2024

Envidia pura y dura (versión 1) – 2ª parte

📌 Más información: Envidia pura y dura (versión 1) – 1ª parte

II
Entre estas pasiones una de las más terribles es la envidia alimentada por las llamas incombustibles del deseo que hace que se ansíe lo que el otro posee hasta extremos tales que no sólo se trata de tener lo que el otro tiene, sino que produce el intento de destrucción o de perjuicio hacia quien se dirige la envidia, como si el envidiado no mereciera lo que el envidioso debiera poseer, y consume además al que la padece. Hegel diría, que lo que condiciona la pasión no es el objeto en sí mismo, sino la forma con la que el sujeto se relaciona con él.
Como en todo, hay grados de envidia y este grado depende de la forma de esta relación. El yo del envidioso se sitúa por encima del de los demás, a los que infravalora. No es nada extraño, por lo tanto, que el que está hinchado de envidia (como aquellos sapos que se inflan como un globo, para exhibirse muy orondos, en el cortejo a sus “sapas”) y haciendo notar su valía despreciando lo que el otro es, tiene, hace o ha conseguido. Le caracteriza, además, un afán de reconocimiento desmedido.
La envidia, ya lo dijo Aristóteles, es una emoción característica de personas de “alma pequeña”, amantes de la fama y de los honores (“Retórica”). El envidioso es, por ello, un ser insatisfecho, incapaz de ver y reconocer lo que en verdad tiene, siempre pendiente del otro que “ocupa” su lugar. Es, por ello, un resentido. Mira lo que hacen los demás, de ahí, por cierto, el origen etimológico de la palabra envidia (invidio), que contiene la idea de mirar (videre) hacia los otros con malos ojos. Así hacían los dioses del Olimpo griego: vivían su vida envidiando, mirando, a los hombres.
Señala Sócrates en el “Filebo” de Platón, que el envidioso, siente una mezcla de dolor y placer ante lo que ve, es un ignorante porque vive bajo el engaño de no saber apreciar sus propias capacidades. Sin embargo, lo que no sabe apreciar el envidioso es la valía de los demás, a los que desprecia y desmerece, al creerse mejor que ellos:
“Creyendo que son sobresalientes en virtud, dice Sócrates, aunque no lo son (…), no es acerca de la sabiduría donde la mayoría, pretendiendo poseerla por completo, está llena de rivalidades y de una falsa apariencia de sabiduría”. “La envidia es desear no lo que el otro tiene, sino ocupar su lugar que en justicia le corresponde más que al otro”.
Sobre grandes pasiones se han escrito grandes obras. Desde Homero hasta Shakespeare. Pero de la envidia, como tal, nunca fue el tema central de las emociones trágicas. Uno de los pocos dramaturgos que han escrito sobre la envidia y los celos ha sido el bardo inglés, en su Otelo.
En todas estas pasiones hay algo de honorable, de lo que carece la envidia, que nada sabe de honor sino de resentimiento. Por eso no hay grandes hazañas que puedan contarse a partir de ella ni nada que sea digno de encomio. Si los poemas épicos fijan en la memoria aquello que no debe ser olvidado y las tragedias transmiten una enseñanza moral, de la envidia no hay nada que recordar ni ninguna lección que aprender.

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