Rivera, sábado 21 de diciembre de 2024

Envidia pura y dura (versión 1) – 1ª parte

“La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come” – (Francisco de Quevedo).

Advertencia: Para la escritura de este artículo me valgo de algunos discípulos hegelianos, así como también del propio Hegel. Para este texto no me remito (aunque los tengo muy presentes) a los entes de “alegría maliciosa” (en alemán: “schadenfreude”), quienes pululan por varias “burbujas” fronterizas. No pienso darles luz. Carecen. Prefiero que sigan escondidos en las sombras, para que hagan menos daño. Por lo tanto, no tendrán reflectores. Cuando sea el tiempo, habrá de ser tiempo, de la luz. Develar, quitar velos. Descubrir, manifestar lo oculto. Por el bien de nosotros y de muchos.

I
La envidia es una pasión. Nada grande se ha hecho sin pasión, según la expresión de Hegel en la “Enciclopedia de las ciencias del espíritu” (1830), ni podría haber sido hecho sin ella.
Claro que esta pasión tiene diferentes formas y, aunque no deja de ser una expresión de una determinación sobre la que se deposita todo el interés del individuo o, dicho de otro modo, todo lo que uno es (espíritu, talento, carácter y goce) para la consecución de un fin, esta determinación puede estar ligada no sólo a grandes ideales (la justicia, la bondad y la belleza, por enumerar algo así como la “tríada diurna y biempensante” de la filosofía), sino también a emociones mucho más oscuras vinculadas a lo que podemos llamar “pasiones negativas”. La envidia es una emoción. La envidia desarrolla un torcido placer.
Para conseguir nuestro propósito, a veces cegados por la pasión negativa de la que hablamos, decidimos actuar y actuar activamente con todo nuestro “espíritu, talento, carácter y goce”, contra aquello que nos imposibilita llegar a nuestro fin sin importar los medios. La manida frase: “los medios justifican los fines” es atribuida al filósofo político italiano Nicolás Maquiavelo, aunque en realidad la frase la escribió Napoleón Bonaparte en la última página de su ejemplar del libro El príncipe, precisamente de Maquiavelo.
Pensamos que esas convenciones morales están hechas para otros, dado nuestro carácter “excepcional” no reconocido “injustamente” por los otros. La vieja autopercepción de lo muy admirables y tan necesarios que somos para la humanidad (la pura y dura egolatría).
A veces la maldad tiene lo suyo, tiene destellos de genialidad, aunque sea esta una genialidad pulida en un grado de perfección tal, que sólo puede provocarnos el horror. La pregunta es, qué sucede cuando se emplean con todo el empeño el espíritu, el talento, el carácter y el goce al mal ajeno. Como afirma Hegel:
“Si son pasiones negativas no se debe a que son privativas -no hacemos el bien por ignorancia- o a que sean defectivas -somos injustos por un concepto erróneo de lo que es correcto-, sino porque son positivamente negativas: para conseguir un propósito decidimos actuar activamente”.
(Continuará).

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