Rivera, jueves 21 de noviembre de 2024

El Aleph, Borges y Raphael, El laberinto

El texto hasta ahora inédito, que comparto con ustedes lectores de NORTE, fue escrito por Raphael Ficher, licenciado en Letras por la Universidad de San Pablo (Brasil), escritor, docente de gastronomía, profesor del Taller Libre de Creación Literaria, y un apasionado por la vida y la obra de Jorge Luis Borges, ese argentino universal, poeta, cuentista, filósofo ocasional.
Raphael en la penúltima edición del ciclo Artepensamiento, en Calle Brasil Cultural, nos regaló generosamente con una palestra sobre el laberinto borgiano con sus espejos (y el miedo que le provocaban), los tigres, la ceguera, los puñales y su obra más fantástica: “El Aleph”.
A continuación les dejamos con la exquisita escritura de Ficher, y el inquietante y maravilloso laberinto de Borges:

Crítica desde el laberinto
Raphael Ficher
Lejos de nuestra meta está valorar la genialidad del escritor argentino. Su “falsa modestia” en las entrevistas que le brinda a Antonio Carrizo, no coloca una máscara en la magnitud de la obra que trataremos a continuación.
Más allá de su encriptado lenguaje y en su a veces rebuscado, pero efectivo, empleo de citas y palabras cultas, podemos desvendar los temas recurrentes en la obra de este escritor.
Ya sea en imágenes como el puñal, los tigres, los espejos, el color amarillo, la muerte y la ceguera, el autor logra con El Aleph (obra que destaca su madurez) entregarnos una serie de cuentos que asombra por el aporte que le hace a la literatura.
Su economía en adjetivos, su capacidad de síntesis para causar impacto es lo que sobresale en casi toda la obra y llega al momento de epifanía con el cuento El Aleph (que da nombre al libro).
Este cuento dedicado a Estela Canto, nos brinda un atisbo de lo infinito en pocas palabras, la imagen de Dios en el breve espacio de la carilla.
Borges hace una pausa con sus compadritos, sus milongas y nos brinda un libro que marca un antes y un después en la historia de la literatura latinoamericana y, por qué no, mundial.
En los 17 cuentos que integran la obra, desde su laberíntico intelecto, sabe cómo llevarnos al encuentro de escrituras sagradas en el cuero de un tigre, nos dibuja personas que gracias al culto del coraje no saben que están muertas, hasta el punto de convergencia de todos los lugares del mundo en todas sus épocas en una esfera del tamaño de un puño cerrado.
El Aleph tiene una amplia aceptación primero en el público latinoamericano y luego en el público universal (con sus traducciones). Borges logra en menos de 300 páginas, y con una cosmogonía casi localista, abarcar temas trascendentales como muerte, traición, caos, valor y en cierto grado, amor.
Narra desde su laberinto, pero no se pierde en el mismo.
Según Edwin Williamson “El Aleph era el signo usado por los cabalistas para denotar el rango supremo de las diez emanaciones de Dios” (Williamson, 2011, pág. 185). Pero no podemos perdernos en conjeturas biográficas buscando en este cuento y en este libro el amor por sus musas Lange y Canto (mujeres que seguramente le brindaron el éxtasis en la materia que parece menos lucir en su obra, el amor carnal) y sí ver el aporte que hizo a través de su prosa a la literatura rioplatense. Y rioplatense en el sentido amplio de la palabra debido a que algunos cuentos desembocan en tierras orientales, como es el caso de “El muerto” (segundo cuento del libro) donde en un paisaje bucólico un hombre forja su condena. Vemos en esta obra la sobriedad de Borges ante los actos más trascendentales de la vida. Matar, pelear, morir, es un mandato que el protagonista asume con total frialdad. Pero lejos está el escritor de eso, ya que, en cada una de sus aparentes acciones hieráticas y frías en su narrativa, esconde un significado supremo y estético que lejos está de convertirlo en un narrador pusilánime.
Quizá todavía se puedan encontrar rasgos del movimiento ultraísta en su prosa, pero la influencia de Leopoldo Lugones y Rafael Cansinos Assens por partes, se apagan para mostrarnos a un autor maduro con su propio estilo.
En “El Aleph” vemos características de lo fantástico.
Borges ara el terreno para una literatura que se va a abrir paso de manera contundente en el continente. Algunos cuentos salen de la realidad y entran en el plano de lo irreal. En La escritura del dios, el protagonista ve en la piel de un tigre la divinidad, se extraña frente al hecho, no la puede nombrar, no logra verbalizarlo, “Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo […]”. (Borges, El Aleph, 1996, pág. 190)
Ya en “El Zahir” el personaje Borges siente fiebre, sufre una reacción en su cuerpo como consecuencia del asombro al encontrarse con el Zahir “Pedí una caña de naranja; en el vuelto me dieron el Zahir; lo miré un instante; salí a la calle, tal vez con un principio de fiebre” (Borges, El Aleph, 1996, pág. 167)
A diferencia de la prosa de García Márquez, los personajes borgianos notan (aunque no de manera muy acentuada) la diferencia entre lo real y lo irreal (quizá a veces sólo con una mirada o adoptando la posición decúbito).
Para ver al Aleph, el espectador debe acostarse en el suelo y mirar entre los escalones del sótano. En ese punto Borges trae a un lugar cercano temporal y geográfico una esquirla de Dios, la lupa hacia lo infinito y lo hace utilizando una suerte de “polisíndeton” al describir en serie y de manera lineal lo que ve cuando se pierde en el infinito de la esfera tornasolada:
“vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena”. (Borges, El Aleph, 1996, pág. 260)
Luego del extrañamiento al ver el núcleo, viene la aceptación y la descripción. Lo inverosímil se construye y luego se asume (a veces de manera demasiado natural). El personaje logra salir cuerdo al ver el punto de convergencia.

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