Cartografías de frontera (1ª parte): Teatro y educación en espacios de encierro
“No ha habido jamás un documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie” – Walter Benjamín.
“Buscamos o belo que se esconde no coração de cada cidadão, pois cada cidadão é um artista, cada qual ao seu modo – mesmo que alguns não sejam capazes de criar um produto artistico estimulante que nos ilumine – todos são capazes de desenvolver um processo estético” – Augusto Boal.
“El teatro es una proyección sobre la Utopía o no es nada en particular” – Heiner Muller.
LOS BORDES Y EL TEATRO
Así como la empresa remplaza a la fábrica, el consumidor al ciudadano; al “loco” y al “criminal” se lo suplantan en el imaginario social con el sello de la alienación.
Se los niega. “Ellos no existen”. Están (geográfica, espacial, afectiva y efectivamente) situados en los “bordes” de las ciudades. O entonces, se los sitúa en los arrabales de los propios hospitales (fue el caso en Rivera, con los usuarios del Taller de Rehabilitación Psicosocial en una versión propia del teatro terapéutico). Hoy en día no hay aulas presenciales, ni remotas.
El gran escándalo comunitario y motivo de constante preocupación, se dio unos años atrás cuando la prisión ocupaba el centro de la ciudad, como en el caso de Rivera (hoy en día la Unidad 12 de Cerro Carancho está a 20 km del centro de la ciudad y alberga a 400 personas privadas de libertad).
Allí, también, hacíamos teatro. Ya van dos años que no se crean cargos de “profesor de teatro” y de docentes de otras asignaturas. Con la peste, los “bordes” y los “bordeline” han sido olvidados, donde el estado no cumple con el derecho humano a la educación, remitiendo a la población a una especie de “estado de bicho” (como lo describiera Guimares Rosa a los miserables del árido sertão brasileño, en su novela “Grande Sertão: Veredas”).
Cruel paradoja que señala Miguel Soler, educador uruguayo, recientemente fallecido: “Se habla mucho de erradicación de la pobreza. Me pregunto si la contribución mayor que se hace a su erradicación no estará siendo la de erradicar a los pobres”.
Los pobres, los negros, los jóvenes, parecen ser la amplia mayoría de la población carcelaria, quizás (y sin quizás) hoy nos den vergüenza nuestras prisiones y cárceles. El Siglo XIX (estudiado por Foucault) se sentía orondo de las murallas que se levantaban en los bordes de las ciudades o en el corazón de las mismas. Foucault decía que los establecimientos penitenciarios venían a remplazar a los patíbulos. Se trataba de corregir no a los cuerpos sino a las almas, en una especie de “ortopedia social” poniéndole “cerrojo” a cualquier desviación de la norma.
“El Siglo XIX (europeo), inventó, sin duda, las libertades, pero les dio un subsuelo profundo y sólido: la sociedad disciplinaria de la que aún dependemos”. (Foucault) Y a pesar de la pandemia.
Tarea urgente la de explorar las fronteras entre la violencia real y la imaginaria, sondear en la naturaleza de las violencias existentes (incluso las invisibles) para comprender y armarnos de estrategias teatrales y educativas que accionen sobre los cuerpos de nuestros dicentes. (Continuará)