Rivera, miércoles 3 de julio de 2024

Arendt y la banalidad del mal (I)

I
La percepción de que el criminal de guerra Eichmann era un hombre común, superficial mediocre, la dejo perpleja a Arendt, al evaluar la porción de mal cometido por él. Es a partir de esa percepción que ella formula su concepción de la banalidad del mal.
Figuras políticas, como la del presidente Jair Bolsonaro, aprovechan las lagunas en la base ética y social para propagar su ideología, que, en verdad, es en sí misma es una agresión a la existencia humana. Semejanzas pueden ser observadas en los discursos del presidente y de Eichmann, como un discurso vacío y redundante, incongruente y con un tenor de propaganda de un ideal que parece poco sólido y que no resiste un análisis crítico.
A través de la concepción de la filosofía alemana, es posible comprender como un político que difunde aspectos negativos y no éticos posee tantos apoyadores. Venimos de un proceso (exitoso) de negación de nuestro carácter humano.
En este sentido, más que una época de crisis, enfrentamos hoy, una crisis de época. Arendt afirmaba que los “tiempos sombríos no son nuevos” y “no constituyen una raridad en la historia.

II
“Eichman en Jerusalén” (2) es el resultado de un relato sobre el proceso y juicio de uno de los criminales nazistas más reconocidos, realizado en Jerusalén en 1961. Tal vez sea esta la obra más polémica de Arendt.
La personalidad de Adolf Eichmann fue uno de los puntos más controvertidos enfrentados por Arendt que lo consideraba un nuevo tipo de criminal, un “hosti humani generis” (enemigo del género humano), partícipe de un nuevo tipo de crimen: asesinatos en masa en un sistema totalitario. Este nuevo criminal solo puede ser entendido a partir de una nueva profesión: el burócrata. Para un burócrata, la función que les propia no es la de la responsabilidad, pero si la de la ejecución. De ahí la reiterada afirmación burocrática: “yo solo cumplo órdenes” (¿les suena verdad? Fue el pretexto de los torturadores o asesinos del régimen burocrático-totalitario, para cometer atrocidades durante la dictadura militar uruguaya).
Ese, entonces, fue el principal argumento de Eichmann: “No soy el monstruo que quieren hacer de mí. Soy víctima de una falacia” (Arendt, 1999, p.269) El abogado de defensa trabajo con la hipótesis de que “su culpa venia de su obediencia y su obediencia era admirada, como virtud. Su virtud había sido abusada por los líderes nazistas. Pero él no era miembro del grupo dominante, él era una víctima, y solo los lideres merecían castigo” (ídem)
Eichmann se presentó como un hombre virtuoso, “mi honor es mi lealtad” (ídem p 121). “Y su único error habría sido obedecer órdenes y seguir leyes, pues el siempre tomo cuidado en actuar conforme determinaciones superiores, comprobadas por las normas legales” (ídem p 109).
Eichmann no entendía porque en aquel tribunal era acusado de ser un criminal.
Esos aspectos de su personalidad la llevaron a Arendt a convencerse de una de las afirmaciones del acusado: él no era un monstruo. Al contrario, era un hombre común. Y lo más asustador de todo: tan común como muchos otros. “El problema de Eichmann era exactamente que muchos eran como él, y muchos no eran pervertidos, ni sádicos, pero eran y aun son terrible y asustadoramente normales” (Arendt 1999 p 299).

III
Esta es la tesis central de la autora con su concepto de “la banalidad del mal”. Arendt rechazó de manera firme cualquier explicación del nazismo que derivase del comportamiento moral de los individuos o de la sociedad alemana. Entender la personalidad de aquel oficial nazi fue fundamental para que Arendt pudiese negar cualquier ontología o patología como teorías explicativas para el mal cometido.
La normalidad de Eichmann asustó a Arendt y la conminó a buscar otros modelos explicativos, negando las teorías del mal como patología, posesión demoniaca, determinismo histórico o alienación ideológica.
Así, Arendt inicia un largo camino para demostrar que el mal no puede ser explicado como una fatalidad, pero si caracterizado como una posibilidad de la libertad humana.
Según psicólogos y sacerdotes que examinaron a Eichmann, su comportamiento “no deja de ser normal, incluso enteramente deseable”, “un hombre de ideas muy positivas”. (Arendt 1999, p 37).
La tarea de Eichmann era organizar las deportaciones de los judíos, llevándolos directamente para los campos de concentración.
El hombre Eichmann era un perfecto instrumento para llevar a cabo la “solución final”: organizado, regular y eficiente. En la función de encargado del transporte, él era normal y mediocre y, sin embargo, perfectamente adaptado al trabajo que consistía en “hacer que la ruedas deslicen suavemente”, en sentido literal y figurativo. Su función era tornar la “solución final” normal.
Al final, ¿quién era ese hombre en la cabina de vidrio? ¿Buen ciudadano, leal, obediente, responsable, eficiente, regular, organizado, burócrata, común, normal, banal, superficial, incapaz para pensar, acrítico, condicionado, desolado, desagregado, deslocado, fracasado, frio, no emotivo, calculista, vanidoso, ambicioso, mediocre, mentiroso, cínico, pervertido, sádico, enemigo del género humano, encarnación del nazismo, asesino o monstruo?
Nada de eso, su concepción de la banalidad del mal: el mal sin motivos, sin raíces, sin explicaciones.
“Mi opinión ahora es que el mal nunca es radical, que es apenas extremo y que no tiene ni profundidad ni siquiera dimensión demoníaca. Apenas el bien tiene profundidad y puede ser radical (…)”
El mal “es como un hongo, no tiene raíz, ni semilla” (Khon, 2001 p 14) pero se extiende sobre una superficie específica, la masa de ciudadanos inaptos e incapaces de pensar e incapaces de darle significado a los acontecimientos y a los propios actos (Assy 2001 p 152).
En “Eichmann en Jerusalén”, el mal no es radical, pero puede ser extremo; él es superficial, aunque sus consecuencias sean incalculablemente desastrosas y monstruosas.
La banalidad del mal se acerca, peligrosamente, al fascismo de nuestros días, al odio en las redes sociales, al preconcepto hacia las (mal llamadas) minorías, a la mediocre bondad de los ciudadanos probos y burócratas, que no se “meten” en “nada ni con nadie”, hasta que lo hacen.

Nota 1: Hannah Arendt (Hannover, 1906 – Nueva York, 1975) Filósofa alemana, ensayista política. De ascendencia judía, estudió en las universidades de Marburgo, Friburgo y Heidelberg, y en esta última obtuvo el doctorado en filosofía bajo la dirección de Karl Jaspers. Con la subida de Hitler al poder (1933), se exilió en París, de donde también tuvo que huir en 1940, estableciéndose en Nueva York. En 1951 se nacionalizó estadounidense. En “Los orígenes del totalitarismo” (1951), su obra más reconocida, sostiene que los totalitarismos se basan en la interpretación de la ley como “ley natural”, visión con la que justifican la exterminación de las clases y razas teóricamente “condenadas” por la naturaleza y la historia. Otras obras suyas son “La condición humana” (1958), “Eichmann en Jerusalén” (1963), “Hombres en tiempos sombríos” (1968), “Sobre la violencia” (1970) y “La crisis de la república” (1972).
Nota 2: La mayoría de las referencias tienen su fuente en el libro “Eichmann en Jerusalén” de Hannah Arendt. Sigue la dirección del sitio desde donde fue consultado: http://maytemunoz.net/wp-content/uploads/2016/10/arendt-hannah-eichmann-en-jerusalen.pdf

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