El infamante dolor (Civilización & barbarie)
I
Frente al desconcierto prefiero el silencio. Y que pase la marea fétida, entonces, me llamo a no opinar, a no escribir. ¿De qué lado está la civilización, de qué lado está la barbarie? Frente a la terrible y trágica masacre de París pretendí no dejarme llevar por la pasión del momento y preferí que pasara el tiempo, reunirme con más datos y mejores análisis de gente con más luces y, mejor información y formación que yo.
La evidencia, puede resultar lo más oculto y el exceso de evidencia puede enceguecer. Las tinieblas no se disiparan nunca, porque la violencia de la luz nunca será victoriosa. Como bien sabían Platón y Hegel, en la luz pura vemos tan mal como en la oscuridad total. Solo las diferencias, los matices, las comparaciones permiten ver y comprender (en realidad aproximaciones al ver, a la reflexión y al entendimiento).
El atentado criminal cometido en París contra la revista satírica Charlie Hebdo, en la última semana, despertó la discusión sobre los límites éticos del humor y la intolerancia religiosa. Varios pensadores han escrito sobre los sentidos culturales del humor, de la risa, de la alegría, de lo erótico (Eros), y su reverso: el horror, el asesinato, la oscuridad, la gravedad, la tragedia, la muerte (Thanatos). Las dos caras de una misma moneda. Las dos caras de las pulsiones humanas.
Resulta importante recordar que la intolerancia (tolerar: del latín soportar, aguantar, proviene de la palabra “tollere”, levantar) es una actitud mental caracterizada por la falta de habilidad o voluntad en reconocer y respetar diferencias en creencias y opiniones y que ella puede estar basada en el preconcepto, pudiendo desembocar en la discriminación.
El propio énfasis en figuras estereotipadas de humor puede llegar a denegrir la imagen de un pueblo o de una fe. Formas comunes de intolerancia incluyen acciones discriminatorias de control social como el racismo, sexismo, antisemitismo, islamofobia, xenofobia, homofobia, intolerancia religiosa e intolerancia política. Todavía no se limita a estas formas, alguien puede ser intolerante a cualquier idea de cualquier persona.
En fin: considerar al otro. La palabra con-siderar (de sidus: constelación, estrella) lo dice: contemplar al otro como lo que es, una otra constelación, una otra estrella distinguida, diferente, singular, con luz y sombra propias. A pesar de estar rodeado de millones y millones de cuerpos celestes… como la Tierra, no dejamos de ser únicos.
II
El humor es libertad absoluta. El humor ofende, sin duda, ofende. Para eso está. Desde los griegos, desde Aristófanes, la comedia se burla de los dioses y de sus sacerdotes. En la Edad Media los bufones y trovadores se reían de sus señores, de sus reyes, de sus nobles. Moliere se ríe, satiriza a los médicos, a los banqueros, a los enfermos, a los tartufos santurrones, a los papas y a los obispos. El carnaval es el tiempo indicado de nuestra civilización judeo-cristiana occidental, en donde se “permite” el impase, las vacaciones y las excentricidades: los esclavos se liberan, los jueces son juzgados, el pobre se ríe del rico, el que se pone máscara resulta el menos enmascarado de todos. Para señalar al poderoso, para denunciar la injusticia, para gritar allí donde los demás callan. No es casualidad que las iglesias y religiones (siempre tan serias) sacralicen su doctrina y su cotidiano, como una forma de la opresión y del relato mítico que buscan alimentar para alienar al creyente. La crítica en las redes sociales a la hipocresía de los políticos (especie de sacerdotes laicos), de países que promueven guerras y luego solo condenan la violencia cuando afecta su territorio, tiene cabida dentro de este relato mítico-histórico. La violencia tiene explicación y sentido… aunque se trate de una lógica asquerosa y, por mucho, inhumana.
III
“Ahora todos son Charlie Hebdo. Pero no es cierto. La mayoría callamos mientras ellos se la jugaban, mientras se ponían conscientemente en el punto de mira porque lo contrario era la derrota que, tal vez, estemos viviendo estos días. Hago mías las lúcidas palabras de Isaac Rosa en el homenaje de Orgullo y satisfacción: “‘Yo soy Charlie’, repetimos todos estos días. Pero qué va. Charlie eran solo unos pocos, los que se jugaron la vida”. Así es. No soy Charlie, no me atrevería a decir que lo soy, porque no tuve el valor de hacer lo que ellos hicieron. Ahora, lamentablemente, tenemos que asistir al juicio desinformado a su labor por parte de quienes se dicen defensores de la libertad. Y tenemos que ver cómo una ultraderecha a la que siempre atacaron capitaliza su tragedia, y cómo gentes que querrían prohibir la sátira contra sus creencias proclaman la libertad de expresión para criticar las de enfrente”.
Y termino esta cita compartiendo la sensibilidad y las interrogantes del cronista:
“No hay que estigmatizar a quien elige no jugársela. Pero tampoco podemos criminalizar a quien sí tiene el valor para ello, porque es perverso. Y quiero decir para terminar que estoy lleno de dudas. Cada vez más. Y que por eso me asombra que muchos tengan perfectamente claro y ordenado el mundo en su cabeza y puedan juzgar con tanta alegría unos hechos y a unas personas desde el minuto uno. Me maravilla tanta certeza en un mundo tan complejo.” (Maximiliano Sbarbi Osuna).
IV
Siguiendo a la revista Forum, nos advierte que en relación al número de atentados. El año pasado fueron 18 mil personas muertas en el mundo por atentados terroristas, según datos oficiales (fuente: http://www.revistaforum.com.br/).
Cuantas personas murieron en Europa, continua el texto de la revista, y se responde, ninguna.
“Quantos atos terroristas foram praticados por islâmicos na Europa? Nenhum. Houve vários atentados terroristas na Europa, classificados oficialmente como terrorismo, a grande maioria atribuída a grupos separatistas, e nenhum islâmico. Há um exagero da ameaça islâmica. Há muito preconceito e pouca informação”.
Charb uno de los caricaturistas asesinado, dijo: “es necesario que el Islam este tan banalizado cuanto el catolicismo”. El blanco es el Islam, por sí solo. Hace décadas los culturalistas ya decían del intento de imponer los valores occidentales a todo el mundo. Atacar la cultura ajena es un acto imperialista. En las primeras publicaciones de Charlie, me consta que diversas asociaciones árabes se sintieron ofendidas y procesaron a la revista. Los tribunales franceses – famosos hace más de un siglo por la xenofobia e intolerancia (como en el caso Dreyfus) – dieron razón a la causa de la revista.
Periodistas y pensadores francés independientes, han escrito en estos días de los “retratos” realizados a los musulmanes, por parte de los dibujantes de Charlie, como ofensivos. Los adeptos del islam siempre eran caracterizados por sus ropas típicas y siempre portando armas o aludiendo a la violencia (con juegos de palabras como “matar” y “explotar”).
Algunos argumentan que el blanco eran solamente los “individuos radicales”, los terroristas, pero a partir del momento que solamente esos individuos son mostrados, se generaliza el estereotipo. Y la intolerancia empieza a ganar espacio. La derecha xenófoba loca de la vida. La mentalidad imperialista europea y francesa, termina, también, por ganar espacio.
V
Ahora ¿qué tiene que ver conmigo lo que paso en Francia? Nada. Y todo. En este mundo globalizado, estamos todos conectados (literalmente a través de las redes de comunicación y simbólicamente a través de los aparatos de la cultura) e interactuamos aún sin desearlo.
Pero hay otro punto. Subjetivo. La compasión. El calzar las sandalias del otro, que no es simpatía, es empatía. Y tomar su dolor e indignación. ¿Si no me expreso y no hago nada por los demás como puedo mirarme al espejo todos los días? Civilizado es ser mucho más que un ciudadano responsable de mis derechos y deberes. La barbarie, por otra parte, nos acerca a las bestias como nos recuerda Aristóteles. Ciudadanos respetables han generado barbaridades como guerras, muchos genocidas han sido respetables personajes… aun hoy.
Entonces lo que sucedió en Francia no me puede poner indiferente. Tampoco lo que pasa en mi barrio, o en mi ciudad, en mi cotidiano (me desgarró la muerte injusta del hijo joven de un amigo por un infausto siniestro de tránsito, donde el victimario huyó cobardemente y se refugió al otro lado de la línea. Ustedes saben a quiénes me refiero).
Cada persona, cada ser humano, me importa, o debería importarme. El proverbio de Terencio Africano en su comedia “Heauton Timoroumenos” (“El enemigo de sí mismo”), del año 165 a.C: “Hombre soy; nada humano me es ajeno”. Siguiendo la misma tradición humanista, el poeta John Donne, acierta: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Michel Croz – [email protected]