La muerte, la peste, el cine
La Muerte
La muerte suele suceder a los demás. Hasta que nos toca de cerca. Freud lo dijo claramente en 1915, en “De guerra y muerte” donde lanzó su famosa frase: “La muerte propia no se puede concebir; tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores. Así pudo aventurarse en la escuela psicoanalítica esta tesis: en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el Inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad.”
Pero en tiempos de pandemia o peste, cuando la muerte se hace “demasiado” visible y se manifiesta en toda su crueldad, es donde no dejará dudas de su potencia en interferir en la vida humana de una comunidad.
La Peste
A lo largo de la historia ha habido pocas ocasiones más propicias para reflexionar sobre la propia mortandad como las pandemias. De entre todas ellas, la peste negra ha sido la más devastadora. Aún hoy impregna la imagen de época oscura que muchos tienen del medievo, al que Petrarca ya denominaba “saeculum obscurum” antes de la plaga, por otros motivos. Esta “pestis”, que significa exactamente epidemia en latín, se llevó por delante al menos a un tercio de la población europea, alcanzando su máximo punto de virulencia entre 1348 y 1350.
Quinientos años después se supo que los portadores y diseminadores de la enfermedad fueron las pulgas de las ratas ¡transportadas por los mismos humanos! También sabemos que esta bacteria ha sido la causante de tres grandes brotes: la plaga de Justiniano en el siglo VI, la citada peste negra y la más reciente, la llamada tercera pandemia, que provocó la muerte de millones de personas en China e India en la segunda mitad del siglo XIX.
Dejemos que sea Boccaccio el que nos describa la dolencia: “Y no era como en Oriente, donde a quien salía sangre de la nariz le era manifiesto signo de muerte inevitable, sino que en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo (…) inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes”.
El Cine
Muchas veces el arte ha representado la muerte como una batalla o un juego. Claramente, en el ajedrez. Una de las más icónicas interpretaciones fue la del Ingmar Bergman en su apreciada y premiada película de 1957.
Voy a reseñar el argumento del film. Ambientada en la Europa medieval durante la peste negra, relata el viaje de un caballero cruzado (Max von Sydow) y el desarrollo de una partida de ajedrez que él juega con la Muerte (Bengt Ekerot), la cual ha venido a tomar su alma. Bergman desarrolló la trama de la película basándose en una pieza teatral suya titulada “Pintura sobre tabla”. El título hace referencia a un pasaje tomado del libro del Apocalipsis, que se utiliza tanto al principio como al final del filme. La película empieza con las siguientes palabras: «Y cuando el Cordero rompió el séptimo sello del rollo, hubo silencio en el cielo durante una media hora». (Ap 8:1) Aquí, la frase «silencio en el cielo» hace alusión al «silencio de Dios», el cual es el tema principal de la película.
La muerte en el cine no tiene límite temporal, una vida puede irse en un chasquido de dedos y -de la misma forma- puede prolongarse en su agonía fatal, segundos, minutos, horas… El relato de la muerte en el cine, al mantenerse suspendido, dota de una mayor complejidad trágica el fallecimiento del personaje.
Ahora bien, la muerte (las muertes, la muerte por la peste) de un personaje no necesariamente ha de implicar la muerte del relato. Lo fantasmal abre una posibilidad a la vida más allá de la muerte, y el cine -máquina de sombras y arte de lo (im)posible- ha explorado esa vía en fantástica infinidad de ocasiones.