Thomas Mann: 150 Años. Una vida y literatura de película

Introducción
En esta nota que redacté para la conferencia de los 150 años del nacimiento de Thomas Mann, en un esfuerzo placentero y seriado de dar información, curiosidades y reflexión, siempre desde el tono pedagógico, sobre el arte y los artistas, la filosofía y los filósofos, las ciencias sociales y los cientistas sociales, la literatura y los escritores, la poesía y los poetas, el teatro y los teatreros. Estos textos deben su origen al asombro frente al mundo y frente a la condición humana (prefiero hablar de condición y no de naturaleza humana), el asombro que impulsa a saber, a conocer.
Gracias a nuestras obsesionadas lecturas encontramos el contraste y el dialogo que promueven en nuestros espíritus, extra-ordinarios pensadores, intelectuales de fuste, que no por estar alejados en el tiempo, dejan de ser cada día más contemporáneos, con sus luces y sus sombras. Este es el caso de Thomas Mann, actualísimo escritor, novelista, a pesar de la centuria y media que nos separa.
Agradezco el aporte involuntario del escritor Winston Manrique Sabogal, periodista cultural, director de la revista digital española WMagazín, como así también, de la enciclopedia digital Wikipedia; y principalmente el ensayo: “Thomas Mann” escrito por Carlos Fuentes, además de la biografía de Hermann Kurzke “Thomas Mann. La vida como obra de arte” y a la novela-biográfica de Colm Tóibín con el título de “El Mago”. Estas fueron mis fuentes.
En este 2025, celebramos a Thomas Mann. En este texto intervenido, por veces yuxtapuesto, se plantean los orígenes personales y literarios del gran escritor alemán, nacido en la ciudad de Lubek un 6 de junio de 1875 y fallecido en Zúrich, un 12 de agosto de 1955. Aunque también haremos mención a uno de los mayores reconocimientos internacionales: a pesar de que su obra más conocida sea la novela “La Montaña Mágica”, fue gracias a “Los Buddenbrook” que Thomas Mann recibió el Premio Nobel de Literatura en 1929, y cito un párrafo del jurado del Nobel:
“Principalmente por su gran novela, “Los Buddenbrook”, que ha merecido un reconocimiento cada vez más firme como una de las obras clásicas de la literatura contemporánea”.
Primera Parte
“Primero se enamoró de su rostro, después de sus manos, después de sus brazos, que tuvo ocasión de ver desnudos durante la representación de una obra ambientada en la antigüedad… y un buen día llegó a amarla por completo. Incluso se enamoró de su alma, que en realidad aún no conocía”.
Son las primeras palabras del debut literario, con 19 años, de Thomas Mann, en la nouvelle “La caída”, de 1894, su primera novela corta donde habla del amor, las incertidumbres sentimentales y los laberintos de la condición humana. Temas sobre los cuales ahondaría y perfeccionaría en su estilo en novelas, cuentos, ensayos, obras de teatro e incluso cartas, hasta convertirse en uno de los más grandes y exquisitos escritores e intelectuales del siglo XX.
Un joven de familia acomodada que quedó huérfano de padre a los 14 años. En 1914, comienzo de la Primera Guerra Mundial, era prusiano, la civilización alemana, la cultura alemana y enemigos por todas partes, Rusia, Francia, Inglaterra.
Mann era monárquico, pero seis años después era demócrata. Su cambio siguió y, diez años después, se convirtió en un enemigo implacable de Adolf Hitler y del nazismo; y diez años después fue el enemigo más importante de Hitler en los Estados Unidos, donde emigró tras el ascenso del nazismo.
Un autor de prosa laberíntica, intelectual y filosófica, con temas que buscan trascender al individuo y al tiempo con una treintena de obras entre las que destacan títulos como:
“Los Buddenbrook” (1901).
“Muerte en Venecia” (1911).
“La montaña mágica” (1924).
“José y sus hermanos” (tetralogía, 1933-1943).
“Doctor Fausto” (1947).
Pero “La caída” es aquella historia de amor que marca su inicio literario, lo rememora en “Resumen de mi vida”:
“Nací en Lübeck en 1875. Fui el segundo hijo de Johann Heinrich Mann, comerciante y senador de la Ciudad Libre, y de su esposa, Julia da Silva Bruhns.
Mientras que mi padre era nieto y bisnieto de ciudadanos de Lübeck, mi madre había venido al mundo en Río de Janeiro (era carioca), hija de un alemán, propietario de algunas plantaciones, y de una brasileña, medio criolla, medio portuguesa, a la que habían trasplantado a Alemania con siete años de edad. Era de tipo manifiestamente latino, de joven había sido una belleza muy admirada y de una extraordinaria sensibilidad musical. Si me pregunto de quién he heredado mis aptitudes, tengo que pensar en el famoso versito de Goethe y afirmar que yo también poseo “la rigurosidad en la vida” de mi padre, y la “naturaleza jovial”, es decir, la inclinación artística y la sensibilidad y, en el más amplio sentido de la palabra, el “gusto por contar cuentos” de mi madre”.
Fue así como con 19 años, cinco años después de la muerte de su padre, mientras trabajaba, escribió aquel cuento largo sobre el amor, el destino, la fragilidad, los primeros esbozos sobre el alma humana y las alegrías, dudas, temores, desencantos o “confusiones” de los sentimientos a los que él mismo se enfrentaba en secreto y que en “La caída” transfiere a otros jóvenes.
Cito: “Su amor le costó una fortuna. Al menos una noche de cada dos ocupaba un asiento de platea en el teatro Goethe. Tenía que pedirle dinero continuamente por carta a su mamá, para lo que pergeñaba las excusas más extravagantes. Pero, al fin y al cabo, mentía sólo por ella, y eso lo disculpaba todo.
Cuando supo que la amaba, lo primero que hizo fue ponerse a escribir poesías: la célebre “lírica silenciosa” alemana. De este modo muchas veces se quedó sepultado bajo los libros hasta altas horas de la madrugada, acompañado únicamente por el monótono tic-tac del pequeño despertador de la cómoda y por algunos pasos solitarios que resonaban de vez en cuando en el exterior. Muy arriba en el pecho, en el arranque del cuello, se le había asentado un dolor blando, tibio y líquido que muchas veces pugnaba por subir hasta sus fatigados ojos. Pero como le daba vergüenza llorar de verdad, se limitaba a descargar sus lágrimas sobre el paciente papel en forma de palabras”.
Palabras de sensaciones premonitorias o evocaciones sobre lo que Thomas Mann viviría como recuerda en su diario. Una persona que mantuvo en tensión el dilema entre la vida y el arte, tuvo una metamorfosis política importante, buscó la belleza y creo máscaras por su homosexualidad o bisexualidad como escribe en su diario.
Cito: “En aquel tiempo tenía una cordial relación de amistad con dos chicos del círculo de mis hermanas, hijos de E (hrenberg), un pintor de Dresde, profesor en la Academia. La simpatía con la que veía al más joven, que también era pintor, y por aquel entonces iba a la Academia, donde era alumno de Zügel, el famoso pintor de animales, además de tocar maravillosamente el violín, fue algo así como una resurrección de los sentimientos que me había inspirado aquel compañero de escuela, rubio, ya fallecido, aunque mucho más afortunada gracias a nuestra mayor cercanía intelectual.
Karl, el mayor, músico de profesión y compositor, es hoy profesor del Conservatorio de Colonia. Mientras su hermano pintaba mi retrato, él nos tocaba “Tristán” con su estilo tan admirablemente armónico y melodioso. Como yo también tocaba un poco el violín, interpretábamos juntos los tríos, montábamos en bici, en carnaval íbamos a ver las “danzas de campesinos” de Schwabing y, a menudo, en mi piso o en el de los hermanos, disfrutábamos entre los tres de unas cenas de lo más amigables.
A ellos les debo la experiencia de la amistad, que, de otro modo, apenas habría tenido. Con su educada inocencia vencían mi melancolía, mi timidez y mi irritabilidad, al considerarlas sencillamente como cualidades positivas y efectos colaterales de unos talentos que ellos apreciaban. Fueron buenos tiempos”.