Bueno para nada…

Los domingos son días lentos. Días de ceremonias, rituales sociales: por ejemplo, ir a la feria de la Cuaró, mirar partidos de fútbol, ir a la misa o al rito que sea, lavar autos o motos, arreglar alguna cosa en la casa, o cocinar alguna torta para la tarde. Pero también, los domingos sirven “para nada”. El perfume embriagador del ocio (mezclado con cierta pizca de aburrimiento).
El domingo anterior, me puse en modo avión, desconectado de los dioses y del mundo.
Pensé en mi infancia, mi adolescencia, y de cómo (principalmente, los fines de semana) nos juntábamos con la bagacera, mis vecinos de la esquina (Brasil y San Martín), para no hacer nada, nada de “provecho”, la mayoría de las veces solo charlábamos, levantábamos alguna “chapa” o fofoca de alguien, nos reíamos a carcajadas, tomábamos coca cola de litro en el pico, con el bodoque asustábamos a los gorriones, y nos sentíamos los verdaderos “chicos malos” de la zona.
Yo vivía solo, con Irma y Chico, mis queribles padres-abuelos.
Dona Irma y algunas otras figuras de la cuadra, generalmente, coincidían en gritarnos para que dejáramos de hacer relajo, que no podían sestear, y que había cosas más productivas para hacer, que estar sin hacer nada, y etc.
Nadie de la turma, pensaba, que aquel ritual de las tardes de domingo, serviría para alguna cosa que no fuera el disfrute. Nos daba alegría. Nos gustaba.
Mas tarde en los liceos, era un crack, para estar en todos lados, que no fuera el lugar del estudio, la clase, los profesores… Si, no me enorgullezco de eso, pero durante dos o tres años pasé a integrar: el coro, la selección de básquetbol del Zona (DT Mariano), equipo de atletismo con el Cabo, grupo de teatro que ensayaba en el Salesiano con Estela Pagola, grupo de danza folclórica, animador en fiestas patrias, además de recitar poemas a pedido de la directora Mirtha Garat de Marín, que nos tenía en aprecio.
Hoy por hoy, nos encontramos por WhatsApp, y a cada fin de año celebramos nuestras vidas, presencialmente. Y volvemos, muchos y muchas, a ser la gurisada, a pesar de peinar canas.
Ninguno de nosotros va para cerrar negocios o para cumplir metas. Nos juntamos porque la conversa, la risa, el canto, el baile, la coca (ahora, en vaso) valen por sí, mucho.
Recordé a Mia Couto (escritor portugués), que dice: “A fadiga que sentimos não é tanto do trabalho acumulado, más de um cotidiano feito de rotina e de vazio. O que mais cansa não é trabalhar muito. O que mais cansa é viver pouco. O que realmente cansa é viver sem sonhos.” Del libro: “O universo num grão de areia.”
Gran parte de lo que hacemos hoy, tiene una finalidad práctica. Trabajamos, descansamos, estudiamos (ahora en serio y con placer): todo con el foco en el rendimiento. Hasta divertirse se vuelve medio para un fin: nos divertimos para volver de las vacaciones, más productivos, leemos para acumular conocimiento útil, nos encontramos con las personas para hacer “contactos”.
Pero como nos recuerda el filósofo Kieran Setiya en la obra “La vida no es fácil”, ni toda actividad necesita un “para qué”. Setiya, partiendo de Aristóteles, habla de las acciones télicas (que tienen un objetivo externo) y de las acciones atélicas (cuyos valores se encuentran en el propio hacer).
Caminar hasta el boliche de la esquina es una acción télica: finaliza cuando llegamos allá. Pero oír música, jugar con los perros y reír con los amigos son, atélicos. No tienen una finalidad práctica. “Carpe Diem”. Valen por el instante.
El problema es cuando transformamos todo en proyecto. Tal vez, sea por eso, que tanta gente sienta que la vida perdió su sabor: transformamos experiencias, o mejor, vivencias en tareas.
Claro que la vida exige objetivos, plazos y entregas. Pero no podemos perder de vista las acciones que nos sostienen por dentro. Aquellas que no dan lucro, pero dan sentido.
MICHEL CROZ
Nacido el 28 de setiembre de 1962, en Riveramento. Poeta, dramaturgo, cronista, ensayista sobre temas de cultura y arte, periodista cultural, con 14 libros editados. Docente de teatro en Bachillerato Artístico y en organizaciones sociales. Fundador y director del Taller Teatro Independiente – Riveramento. Director de Calle Brasil Nómade – Gestión Cultural Creativa. Estudió Trabajo Social, Filosofía, Ciencias Políticas, pero lo ganó la “poesía en acción”, el Teatro. Es columnista en varios medios, entre ellos Diario NORTE. Escribe en español, portugués y portuñol (dialecto de los afectos).
Mail: [email protected] / Facebook: michel.crozmartins / Instagram: @calle.brasil.cultural.