Rivera, sábado 23 de agosto de 2025

Imagínese

Imagínese la siguiente escena: usted llega a su casa, después de un largo día de trabajo. La puerta se abre y todo está exactamente como usted lo dejó.
Los almohadones en el sofá, el piso impecable, la taza de café en el… pia, la mesa intacta, la cocina limpia. Silencio. Orden (¿y progreso?), bue. Nada fuera de su lugar.
Pero también… nada de vida.
Ni un relajito, nada de desorden o “bagunça” (es tan musical esa palabra de origen africano), pues nadie estuvo allí para vivirlo.
Ni siempre una casa en silencio y en orden es señal de paz. Hay veces que pareciera que se instala la falta de vida sucediendo allí adentro.
Tal vez, se trata de que la alegría, viva en el liviano desorden de la convivencia:
En la taza fuera del lugar, en el cobertor caído de la cama, en el juguete olvidado en el corredor.
Una casa perfectamente perfecta y arreglada puede esconder una ausencia que pesa más de que cualquier desorden.
Pensando en ese asunto, recordé una historia que contó el escritor “gaúcho” Fabrício Carpinejar:
Su esposa tenía el hábito de abrir la caja de leche con un cuchillo, formando un “biquinho” (también musical). Y siempre dejaba, junto al “biquinho”, un pozo de leche en la pileta de la cocina.
Aquello lo irritaba profundamente.
Pero, con el tiempo, él pudo percibir que aquel gesto rutinario era una nota silenciosa de amor.
El “biquinho” en la caja de la leche, parecía decirle, todos los días: “estoy aquí”.
¿Y si un día, ella no estuviera más?
La vida real es hecha de esas marcas: discretas, imperfectas, pero llenas de poesía involuntaria y de presencia voluntaria.
Hace unas cuantas noches, me fui a donde tengo las cajas con los libros de la biblioteca comunitaria Nélida Marina Higgie y los míos, listos para el desalojo. Era una noche monocorde, tranquila, de perros y gatos silenciosos, y gentes que no transitaban por el frente. Pocos autos y motos. Las cosas, los objetos, también dormían su noche. Me acerqué ceremoniosamente, y abrí una caja que decía “literatura brazuca”. Lo abrí. Y saltó un libro “A Descoberta do Mundo”, posé mis cansinos ojos aleatoriamente en una página, donde Clarice preguntaba:
“Gastar a vida é usá-la ou não usá-la?”.
Dialogamos. Yo y mi Ego, por un buen tiempo. No era la primera vez que Clarice Lispector (la más brasilera de las ucranianas) se atrevía a provocarnos.
Llegamos a la conclusión que “gastar a vida”, pudiera ser, tal vez, exactamente eso: permitir que ella sea usada, amada, tocada, sentida, pulsión de Eros manifestándose desde la “bagunça”, que es también, juego sin reglas, sin objetivos, inútil, en un mundo tan locamente serio y productivo.
Porque lo que nos sostiene, en el fondo, no es el orden, ni la eficiencia-eficacia (hermanas gemelas) capitalista, pero sí el afecto anárquico, dionisíaco, que se esconde en el pequeño desorden cotidiano.

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