Rivera, miércoles 2 de octubre de 2024

Educación sexual

Toda educación es sexual… y sexista… en el sentido de las normas binarias y hetero con las cuales se mueve el mundo y los sistemas de control y disciplinamiento.
Según Jeffrey Weeks citado en “Toda educación es sexual” trabajo coordinado por Graciela Morgade: el autor distingue tres formas de educación sexual: la absolutista, donde predomina la posición moral y el sexo es visto como peligroso y antisocial; la libertaria, en la cual el sexo se concibe como benigno y liberador; y la liberal, que se distancia del autoritarismo moral y del exceso.
Otras formas de educación sexual son la moralización, que se basa en un deber ser y descarta como contenidos válidos todo lo relacionado con los sentimientos y las experiencias personales.
También encuentran modelos emergentes como el de la sexología que apunta a la educación sobre buenas prácticas sexuales y el jurídico el cual se relaciona con los derechos humanos, modelo que si bien rompe el silencio en la escuela, peligra de dejar afuera la afectividad.
La herencia absolutista, desarrolló un modelo biologicista basado en contenidos sobre la prevención de enfermedades y la reproducción, esta perspectiva de lo biológico como “natural” y subyacente de los significados sociales que lleva a tildar de anormal a los cuerpos no hegemónicos, como los intersexuales. Dicha forma de abordar la educación sexual consolida un modelo que, en términos de Foucault, despolitiza la sexualidad y lo torna, además, un espacio metafórico.
Lo explico partiendo de mi subjetividad en clave de afecto y recuerdo.
En la década de los 80 integré un grupo de jóvenes en la parroquia de los Salesianos en Rivera. El cura que era muy campechano (descubrí con cierta alegría y mucho temor de que anduvo en la parroquia de Aires Puros en Montevideo cobijando a “tupas”, dicen que se paró frente a la puerta de la iglesia y no permitió dejar pasar a milicos de las fuerzas armadas que venían a llevarse a los “subversivos”, que según una denuncia, estarían escondidos en su templo. “A la casa de Dios ustedes no entran”. Y firme en sus dos piernas, como dos raíces, anuncia: “Si pasan será sobre mi cuerpo”. Dicen que el joven oficial, bufando, se dio media vuelta y se fue, pero no sin antes amenazar al cura. Esa fue una de las razones de porque estaba en aquel tiempo por Rivera).
Al cura, se le ocurrió algo “medio subversivo”. Realizar un curso de Educación Sexual dirigido a la gurisada que andábamos por los 14 a 18 años y en pleno estado de ebullición. Le puso el mote de “Educación para el Amor”. Fue nuestro primer acercamiento a informarnos sobre nuestros cuerpos, nuestros deseos y los discursos. El curso apuntó a “normalizar” nuestro proyecto sexual personal y de género, enfocado hacia el casamiento y el amor heterosexual. Desde un punto de vista eminentemente biologicista y moralizante.
Enfrente, en el liceo (liceo Nº 3 Zona Este, el “Zona”) no se permitía hablar nada de eso. Lo más cercano a la educación sexual eran las clases de Biología (antipáticas y aburridas) y algunas intervenciones (desde el humor) de un profesor de Física bastante “desaforado” para la época.
No puedo decir que no me haya servido el curso promovido por el cura. Claro que me sirvió. Lo mejor no fueron las charlas de los “especialistas” (la amplia mayoría docentes de secundaria, cristianos católicos y probos, además de ser, “sine qua non”, egresados de algún curso de Biología). Lo mejor de todo fue el dialogo que re-percutía en nosotros como un tambor (a pesar de la vergüenza y timidez adolescente). Con mis pares, con mis amigos y amigas, intentamos desvendar los misterios y des-cubrir, aclarar, aclararnos algo de esos ocultos “objetos y sujetos de nuestros deseos” que poblaban nuestras noches, bailes, encuentros e iniciaciones a nuestra identidad en tanto sistema de sexo-género en formación y aprendizaje.

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