A los 28 años, el gran escritor ruso Dostoievski (del cual celebramos el año pasado los 200 años de su nacimiento) fue condenado a muerte y estuvo a horas de enfrentar el pelotón de fusilamiento.
En las ancas de un piojo zafó de ser ejecutado por subversivo, por el régimen de la época. En el día de su ejecución, el zar en persona, decidió revisar su pena y lo castigo mandándolo a un campo de trabajos forzados en Siberia, donde paso 4 años con sus pies encadenados a pesados grilletes de metal, y obligado a producir y cargar grandes ladrillos, quemar alabastro y desmontar viejos barcos en un gélido río, congelándose los pies.
Cuando al fin salió de su torturante cautiverio, escribió algunos de los libros más contundentes sobre la condición humana, sus tragedias e hipócritas farsas.
Dostoievski sobrevivió a la prisión y al exilio en una Rusia cruel, resurgió de entre los muertos, como el mismo lo describió al terminar de cumplir su injusta pena, para ahora (¡quién diría!) ser “cancelado” como ruso.
Me explico: En este extraño tiempo convulsionado por guerras y acciones fratricidas (Ucrania-Rusia y aledaños: OTAN, Unión Europea, EE.UU., China y etc.), en este complejo, deshumanizado y deshumanizante mundo, algún “burrocrata” de una universidad de Milán (Italia), juzgo por bien cancelar un curso sobre el gran autor ruso. Y un teatro (¡sí, un teatro!) de Génova (en la misma Italia), le pareció razonable desmarcar un festival dedicado a nuestro notable escritor.
Y si no fuera poco, a pocos kilómetros del teatro, en Florencia, ciudadanos probos se movilizaron para presionar a la intendencia para derribar la estatua en la que la ciudad homenajea a Dostoievski.
Insisto: Esto no es ficción, y esto ocurrió hace unos meses atrás, en pleno siglo de pocas luces, segundo milenio de la historia apropiada como cristiana. Siglo XX cambalache… extendido. Indignante, ¿verdad?
Pocos ejemplos reflejan tan bien el grado de insalubridad mental e imbecilidad que a veces alcanza a la cultura.
La maldición del espejo. El de no reconocerse como humanidad en sus referentes más humanos.
La guerra, en donde todos los espejos son destrozados (aquellos que reflejaron y reflejan lo mejor de cada civilización) y donde solo triunfan la muerte, la barbarie, los banqueros, gerentes, generales, presidentes y fabricantes de armamentos.