Rivera, sábado 21 de diciembre de 2024

Lorca en el Uruguay

Transcribo un texto aún inédito escrito por mi querido compamigo, docente, crítico literario y escritor Martín Palacio Gamboa, y que vio a luz este año en una live de poetas insurgentes (el 18 de agosto cuando se cumplía años del infame asesinato de Federico García Lorca).
Como coordinador del evento “Mitín Oriental Insurgente”, pude tener en mis manos los “manuscritos digitales” (paradoja de estos tiempos) para el evento, y posteriormente cedido generosamente por Martín para las páginas de esta columna y de Diario Norte.
“El recibimiento que tuvo Lorca en febrero de 1934, que fue propio de una estrella, venía precedido por la buena acogida de “Bodas de sangre”, un éxito de taquilla sin precedentes en el Río de la Plata. Los empresarios comenzaban a asociar su nombre a rentabilidad.
Pronunció tres charlas con llenos absolutos, interpretaba canciones al piano y hablaba del aún desconocido ‘Poeta en Nueva York’, logrando aplausos entusiastas y un rotundo éxito de crítica. Dejaba un numeroso público cautivo y ávido. Seducía a todos. Las crónicas hablaban de ese duende que tenía Federico, que se hacía querer por su contagiosa risa infantil.
Juana de Ibarbourou lo recordaba recitando en un “modo sin igual, ajustado en sus ademanes, pero tan bellamente enfático”. Su llaneza. Más adelante escribió: “Desafío de muchacho a los convencionalismos, sus hermosos ojos extrañamente melancólicos a pesar de la euforia de todo su ser”. Y dibujaba la imagen de un Federico “con su rosario tan tieso en la mano que parecía un alambre” cuando la madre de la escritora lo invitó a la iglesia y él aceptó por cortesía.
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Los homenajes se sucedían. Lo reconocían en la calle. Se coreaba “qué-lor-ca-qué-lor-ca”, bromeando con su apellido y el calor de esa época veraniega, en una típica inversión silábica propia del lunfardo. A Lorca le encantaba. Escribió a sus padres: “Lo de Montevideo ha sido un éxito enorme. La gente me aplaudía en las calles. Ahí va Lorca”. En otra carta les decía: “Voy a echar de menos este país delicioso que tanto me quiere, y donde no hay cosa mía que no tenga repercusión”.
Todo ello le reportó unos ingresos que le permitían por primera vez, a los 36 años, independizarse económicamente de su familia. Aquí “tengo mi porvenir económico, pues puedo ganar el dinero que jamás ganaré en España”, dijo a sus padres por carta.
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Triunfo de las blusas blancas y de la marinería de Federico que avanza su ufanía de azul y blanco por la igualdad estrecha del corredor suntuoso y baldío.
– ¡Nada de ascensor! – dice Federico.
Y ya en la escalera, plegándonos y replegándonos a esta arquitectura absurda, mil novecientos quinciesta, largamos el misterio del terror por este ascensor: corre paralelo con la chimenea. ¡Con los 39 y pico que aguantamos! Y en seguida el chisporroteo del humor:
– Por este ascensor han de subir las brujas de las chimeneas, aviadores de media noche, sobre escobas ardientes, despidiendo humito de avión por las pajillas de la cola.
Y al bar. Recuerdo franco y decidido para Ramón Gómez de la Serna, según García Lorca, es de esos fenómenos indescriptibles del talento. Nos halaga esta opinión que siempre sustentamos ante la sonrisa de los patanes.
Café. Simplemente café.
– Tú sabes -dice García Lorca- que, para mí, la gente que no toma café no cuenta. ¿Cómo no vas a tomar café? (testimonio de Alfredo Mario Ferreiro, quien hizo de guía en más de una ocasión)
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Otro de los grandes enigmas es dónde se encuentran los restos mortales de García Lorca. No saberlo agranda el mito. Quizá su fuerza reside en estar con los otros, como uno más. Lorca eran todos: esos miles que aún yacen en las cunetas de un país como España que -después de Camboya- es el que más desaparecidos tiene en fosas comunes.
Esa herida mal cerrada contrasta con abrirle las entrañas a la tierra para encontrar al muerto más esquivo. Al pie de un olivo se ha removido el terreno hasta en cuatro ocasiones. Y nada. En la ciudad de Salto hay un muro que es como una alegoría del sepulcro del desaparecido más buscado. El escritor Enrique Amorim, quizá el gran amor de Federico, fue el artífice de levantar en 1953 el primer monumento en el mundo a la memoria de Lorca. Pareciera que quiso darle, si no literal, sí un simbólico entierro y tumba. Su forma recuerda a una lápida donde están grabados, a manera de epitafio, los versos de Machado:
“Labrad amigos
de piedra y sueño en el Alhambra
un túmulo al poeta
sobre una fuente donde llore el agua
y eternamente diga
el crimen fue en Granada, en su Granada”.
La inauguración se convirtió en una extraña ceremonia de tono fúnebre, con la representación de los fragmentos más oscuros de “Bodas de sangre” por parte de la actriz española Margarita Xirgú. En medio de la tragedia, un hecho quedó grabado en nuestra memoria colectiva. Lo recogió Eduardo Galeano: “Margarita Xirgu era, en escena, esa madre altiva y dolida. Cuando se apagaron los aplausos, un peón de una estancia se acercó a Margarita y le dijo, sombrero en mano, la cabeza gacha: “Le acompaño el sentimiento. Yo también perdí un hijo”.

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