Rejas, miedo, bronca… y respuestas que no llegan
(Por Ariel Rodríguez) Reza el Artículo 7º de la Constitución de la República: “Los habitantes de la República tienen derecho a ser protegidos en el goce de su vida, honor, libertad, seguridad, trabajo y propiedad. Nadie puede ser privado de estos derechos sino conforme a las leyes que se establecen por razones de interés general”.
Bueno sería que las autoridades lo releyeran de vez en cuando.
Cada vez es peor la seguridad que tenemos los ciudadanos comunes y corrientes. Sin ningún tipo de pruritos atacan nuestra propiedad, para protegernos cada vez es menos la libertad de la que disponemos.
Hagamos una recorrida por Rivera. Rejas y rejas y rejas por todos lados, pero no para privar de su libertad a quien delinque, a los que se llevan lo que es muchas veces el fruto de muchos años de trabajo. Son rejas que limitan nuestra libertad, la de quienes somos robados, vilipendiados por un estado absolutamente omiso ante el deber de protegernos.
Datos que se maquillan y queda por eso. Información que se oculta para disimular la situación, pero la realidad es la que nos golpea día a día, por más que de vez en cuando se nos tire con algún dato estadístico diciéndonos que nos quedemos tranquilos que tal o cual delito descendió.
La realidad es la del auto, la moto o la bicicleta que le roban al trabajador. La realidad, es esa sensación de vernos violados en la intimidad de nuestro hogar y que se lleven lo nuestro.
La realidad, la verdadera, es la de llaves, candados, alarmas y guardias privados para protegernos. Y lo peor es ese sabor amargo a miedo, a bronca que masticamos generalmente en silencio, cuando hacemos la denuncia y se nos hacen mil preguntas a respuestas que no tenemos o quizás una: lisa y llanamente me robaron.
Se llevaron lo que es mío, lo que compré con mi trabajo o lo más doloroso, aquello que no tiene valor, por que más allá de las monedas que valga, es el recuerdo de un ser querido. Esa es la realidad, no la de los diagnósticos y enunciados.
Estamos todos de acuerdo con que hay problemas de fondo, situaciones estructurales que deben ser solucionadas, pero ello no quita la necesidad de dar respuesta a los problemas inmediatos que son los nuestros.
La pobreza, las adicciones, el decaimiento de las estructuras sociales, son claramente problemas que nos comprenden a todos y nos llaman a responsabilidad, pero también la inseguridad nos afecta y es claro nuestro derecho a que se nos contemple, a que se nos ampare.
Ya hemos perdido el derecho a disfrutar de nuestras plazas por la noche. Ya hemos perdido la tranquilidad para salir con nuestra familia a pasear.
Hemos perdido el derecho a embellecer nuestra casa con un jardín al frente, pues hemos tenido que cambiarlo por mastodontes de hierro.
Hemos perdido el derecho a entrar y salir tranquilamente de nuestra casa y a cambio de ello nos hemos vuelto autómatas que pasan llaves, pasadores, que conectan alarmas o atienden “porteros eléctricos” y claro sin olvidarnos del hierro y más hierro para encerrarnos más, para dejar libertad a aquellos que nos roban lo nuestro.
Claro, ya nos dirán que la inseguridad no es tan grave, más bien es responsabilidad de los medios de comunicación que difunden los hechos.
Preguntémosle a quien le han llevado su sueldo, el poco o mucho dinero que tenía guardado, algún bien comprado a pura esperanza.
Se lo llevan y después esa sensación de vacío, de impotencia y esa rabia contenida que te hace decir, por ahora sólo decir “si lo agarro, lo mato”.
Y así nos quedamos esperando respuestas que no llegan, conteniendo el nudo en la garganta, escuchando estadísticas que no entendemos, juntando bronca y más plata para enrejarnos un poco más, para pagar el sereno o instalar una alarma.
Y así nos quedamos, esperando respuestas a nuestros legítimos derechos y la bronca, la bronca inmensa que vamos masticando por dentro, detrás de las rejas, al lado del miedo, entre el ruido de una alarma que suena y el silencio de un estado sencillamente omiso.
Hay que poner a los delincuentes tras las rejas. Es tan simple como eso. De otro modo ya no podremos seguir más así. ¿Hasta cuándo, me pregunto?