Rivera, domingo 22 de diciembre de 2024
Reflexiones de Fin de Semana...

Entre explicaciones, acusaciones a la prensa y revistas a caballo, mataron a Luis Eduardo

Ayer apenas leí medios capitalinos y escuché radio, me estremecí, al fin de cuentas la triste historia de Luis Eduardo Aloy, podría haber sido la de mi hijo o la de cualquier otro riverense, que debió irse a Montevideo. Tenía tan sólo dieciocho años, criado entre los cerros de Manuel Díaz.
Lo mataron porque sí nomás, como si alguna vez el matar tuviera explicación posible, pero ocurre que ni siquiera podían robarle, lo hicieron por que sí. A última hora de ayer, se supo que eran dos menores del barrio, dos casi niños de 15 años más o menos.
Jhonni Aloy tiene 51 años y una cara curtida, ayer por la tarde cuando charlamos con él parecía que tenía cien. Crío, junto a su esposa a siete hijos. Tiene una chacrita que no alcanza para mucho y según nos dijo “menos con los impuestos que hay que pagar, ahora nomás son cuatro mil pesos”.
Se fue revolviendo para parar la olla, entre alguna vaca lechera, la huerta y alguna changa de tropero o de lo que sea que cae de vez en cuando. Su señora hace pasteles para vender en ferias ganaderas de la zona. La vida ha sido dura pero sin embargo ha podido criar a sus hijo e incluso darle el estudio que él no tuvo, apenas primaria.
La historia es como la de tantos, pero tantos uruguayos jóvenes del interior, que deben marchar a la capital tras la esperanza de una vida más digna, claro que con lo que se encuentran después no es precisamente algo mejor.
Hace ya diez años, Antonia, la mayor de los hijos de Jhonny, resolvió marchar junto a su esposo a la capital y casi enseguida se llevó a Luis Eduardo, para que estudiara, para que encontrara allá en el sur, lo que Rivera y la chacra chiquita no podían darle y Luis nunca la defraudó. Era un gurí alegre, compartía todo, desde el pan, hasta el cuarto con su sobrino de diez años. Siempre que podía enviaba mensajes de texto a sus padres.
En Julio, cuando las vacaciones, les dijo que no le daban ganas de volver a Montevideo, ya no le gustaba el estilo de vida y menos la violencia, pero claro faltaba tan poco para terminar la carrera que hubo que incentivarlo a volver.
Ayer lo enterraron en medio de sus cerros, en un cementerio de campaña, lejos, muy lejos de los ruidos de la gran ciudad. Lejos, mucho más lejos de esa violencia si sentido perversa y que no encuentra solución de continuidad y lejos muy lejos de una Ministra que se enoja cuando hablamos de inseguridad.
Que le hecha el fardo a la prensa; que quiere hacernos creer que esto no pasa de una sensación, que baila y canta en los boliche montevideanos y pasa revista montada en su caballo Martín al son de un romántico bolero, pero que no nos da las respuestas que todos esperamos, vivir en un país seguro, como antes, cuando los almaceneros no tenían que atender tras rejas, cuando se podía caminar por las calles. Luis Eduardo Aloy no es una sensación, con sus poquitos casi veinte años, yace en un cementerio de campaña, mientras una familia lo llora y se pregunta los por qué, sin encontrar respuesta alguna.

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