Salto derrotó a Artigas en los descuentos, en el Estadio “Ernesto Dickinson”
SALTO (De Diario El Pueblo). La lluvia. El viento. El tiempo adverso. La desolación en la tribuna cuando el aficionado bajó a la zona baja para evitar el aguacero. El penal que no fue gol en el remate del “Chango” Albano.
El árbitro que concluye en la cuestionable sanción de la pena máxima a Christian Cavani y Carlos Paz decidió con el 1 a 0 a los 23’ del primer tiempo. Menos mal que el mismo Cavani llegó al empate, cuando agonizaba la fracción de arranque. Es que nada fue misión accesible para un Salto que se quedó con los tres puntos, porque en los latidos finales, José González inventó un golazo. A la salida del corner.
El viandazo con zurda surcó el área y se clavó en el segundo palo de Jackson Pérez. El talento pidió permiso en esa maniobra, cargada de alucinación y sentencia. En la pegada de José. En la impotencia del arquero para llegar.
El 2 a 1 que aloja a Salto en la puerta de la consagración, porque en definitiva el 3 a 1 de Tacuarembó a Rivera, potencia alguna cuota de suspenso.
Pero de algo no se podrá dudar: el superior espíritu ofensivo de Salto en la media hora final. Ahí mandó al corazón, ante el naufragio de las ideas. El coraje de querer. Y fue acaso, Christian Cavani, el más sonoro líder de la rebelión. Desde el fondo, suerte generosa del resto que se acopló, a despecho de los errores, de la ausencia de mecánica.
Porque además Artigas apostó a una defensa a ultranza. Multiplicó voluntades defensivas y recetó escasamente en los metros finales, aunque a los 43′ a Márquez le anularon un gol lícito, cuando metió de cabeza con el fondo de Salto descompaginado.
La verdad sea dicho: grueso error del asistente. A Salto poco le importó. Al corazón de Salto, menos. Y menos aún, a ese José González del duende rescatado, por obra de la zurdita maestra. La pelota dinamitada, allá partió. A Jackson Pérez se le derrumbó el mundo.
Y Salto descubrió el valor incanjeable de prolongar la creencia. A pesar de los pesares. A pesar de ellos… porque al cabo, si faltan razones, hay una que manda: la del corazón.