Se nos fue “un cura gaucho”
Rivera ha perdido un referente, con la muerte del adre Edgardo Mendiondo. Más allá de la función eclesiástica (que compartimos con él en muchos casos, durante varios años), Mendiondo fue una figura de especial relevancia.
Dotado de un don de gentes extraordinario, captó siempre la simpatía y la buena voluntad de cuantos se le acercaron, pero más que eso, se brindó generosamente al servicio de la gente. Su comunidad era el eje de su vida, de su pensamiento y de su acción.
Partiendo de una humilde Capilla en Barrio Ferrocarril, recién recibido, fue capaz de construir el templo emblemático que sobresale en calle Gral. Artigas. Templo que se hizo en base al esfuerzo, a la lucha, al trabajo y a la colaboración de muchos fieles, y hasta de gente que no pertenecía a la Iglesia Católica (porque querían al “curita” recién recibido y seguramente veían en él ese ángel especial que adornó su personalidad.
Rompió viejos moldes del tradicionalismo católico, fue recio y exigente cuando se hizo necesario, pero dulce y afable, cuando de él algo se requería.
Fueron cincuenta años de sacerdocio. Fueron cinco décadas de estar a disposición de los fieles, en las buenas y en las malas. Nunca falló.
Construyó esa comunidad que amó profundamente y por ella todo lo hizo, todo lo dio.
Sería demasiado largo enumerar sus muchas obras, sus creaciones, sus actividades. Baste decir que, al irse de esta vida para estar junto a Dios, deja un enorme espacio vacío, pero un enorme legado de esperanzas, de sueños, de ideales y de valores que solamente él supo trasmitir con la total claridad con que lo hizo.
Le debía esta despedida, porque siempre nos unió una amistad profunda y sincera, aunque en los últimos años nos viéramos muy poco…
Estoy seguro que está junto a los Justos, en el lugar que se ganó con honor, en esta vida terrenal. ¡Hasta siempre “Padrecito”!