Compañera
Mujer de todas las horas. Mujer de todas mis tantas vidas, todas. Eterno retorno. Mis tonos de intenso, son eso. Palpitantes desde un corazón policromo que contempla tu cuerpo-templo. Tiemblo, eléctrico como un tigre a 220, cada día, cada noche, cada mañana o cada tarde. Vengo por ti, soy habitado por el tiempo y sus vicisitudes. Y sobre mí vuelvo, en volteretas.
En la tarde aquella de hace años en la feria de la Cuaró. De paseo, yo. Tú, de trabajo. Fue gracias a Anais mensajera. Aquel volante de La Tribu que se ahogó en el bolsillo de mi vaquero. Semanas más tarde llegó el rescate. Encuentro de sol, entre carpas y semillas. Granola con pasas. El encuentro celebró el encuentro. La amistad se volvió un lazo libre y verdadero.
El amor y el abismo conjugados desde la vertiente de la vida. En la lucha por mejor vida. Vencedora Verónica.
Por lo tanto, el nombre significaba “la que lleva la victoria”, o, un poco más bonito, “la portadora de la victoria”, o, un poco más barroco, “la traedora de la victoria”.
Decir, entonces, que Verónica es guerrera, es verdad verdadera. Más allá del nombre, su existencia es prueba de su valentía. Más allá de los objetos del discurso amoroso que nos re-unen, somos sujetos sujetados a presencias, como casas y hogares, fuegos constelados, ardiendo desde el barro de las ausencias y lo incompleto, dolores, traiciones, abandonos a las que fuimos arrojados.
La justicia y la belleza son otros oros, alquimias trasmutadas a las que consagramos buena parte de nuestros enfrentamientos y energías.
Mi compañera, Verónica, es con quien compartimos la paz, la lucha, el pan, la política, la poesía y el arte. Nuestra aldea y el mundo, son los escenarios desde el cual actuamos y somos actuados, atravesando y atravesados desde las tablas que pisamos, de este “theatrum mundi” shakesperiano.