¡Feliz Navidad!
(Por Ariel Rodríguez) Me parece mentira ya son 55 mis navidades. Que lejos quedó el niño aquel de los sueños e ilusiones. Claro eran otras épocas, para la gurisada el día del regalo era Reyes.
No teníamos la variedad de fuegos artificiales de hoy, apenas alguna “bomba” brasileña y con suerte algún padre que compraba alguna “tres tiros” para alegrar el barrio.
Eso, justamente eso fue otra cosa que ha ido cambiando, la relación entre vecinos, se visitaban, intercambiaban buenos deseos visitando unos a otros o sencillamente saliendo a la calle a compartir la alegría.
Claro que eran otras navidades, el pueblo era otro, ni soñábamos con Free Shop y las correrías, bah, creo que no había correrías, ¡se vivía con tanta calma! Los apuros eran por preparar la cena en familia y hasta la mesa era diferente.
Los turrones blando o duro no podían faltar. ¿Aún existen los turrones? Frutas secas y abrillantadas, el pan dulce, nueces y castañas.
Y el brindis, ese sí que era imprescindible que fuera, para la mayoría con sidra, para algunos con champagne lo que no era muy común en aquellos tiempos.
Las familias más pudientes compraban artículos uruguayos o importados, “Casa Cabrera” y en parte “Medida Exacta” se encargaban de traer lo más fino.
Los demás, los demás se pechaban allá por Casa “Confianza” o lo de “Rodríguez” en la línea o claro en los almacenes del barrio.
“Doble Uruguaya” o “Norteña” eran las dos marcas de cerveza que recuerdo en la mesa.
El whisky era cosa de paladares muy selectos, de pronto para el aperitivo podía ser, me acuerdo, algún coñac brasileño que lo tomaban con hielo o de pronto una “Bacaxirí Ouro”.
Y la misa, la misa de gallo ¿aún existe? Era un compromiso en serio para los más creyentes, a medianoche allí estaban.
Sí, eran navidades diferentes, hasta el arbolito de navidad era otro.
Si serían milagrosas aquellas navidades que con los calores de diciembre, que no era tanto como los de ahora, lográbamos que el arbolito tuviera “nieve” y si no se conseguía “nieve”, venía bien algodón, quedaba bastante parecido.
Y las luces, ni soñar con las luces. Pasaron muchos años para que chinos y coreanos nos invadieran con sus luminarias, se le ponía velitas. ¡Más de uno se incendió!
Y me acuerdo que los chirimbolos, eran muy delicados, se rompían creo que sólo de mirarlos y allá andaban los mayores atrás de la gurisada para que no se acercaran mucho, creo que no eran muy baratos y todos los años había que reponer varios, sólo de estar guardados se rompían.
Sí, eran otras aquellas navidades, la gente no se enloquecía por los regalos.
Creo que lo que pasa es que no había tanta cosa para regalar o tal vez porque no importaba tanto comprar.
Claro eran tiempos en que la gente compraba “para toda la vida”, en que la ropa iba pasando de un hermano o primo a otro y los zapatos eran tan buenos que duraban varios años.
Eran épocas en que la gente se comunicaba hablando cara a cara y no por mensaje de texto, entonces no era necesario comprar celulares.
¡Ah!, y me olvidaba de las tarjetas navideñas, no las he visto más.
Ya por noviembre, las familias comenzaban a comprar tarjetas para mandar a familiares y amigos lo buenos deseos para las fiestas.
Sí que eran otras navidades creo que eran más tranquilas y a la vez más intensas, tal vez por puro viejo y es que la alegría y la inocencia se fue perdiendo en medio de tanto golpe, aunque a veces, sólo a veces como cuando la noche buena se llena de abrazos, de los seres que quiero, de mi compañera y los dos soles que me regaló la vida, vuelvo a sentir aquella paz e ilusión de la niñez tan lejana.
Sí que eran otras aquellas navidades, no sé si mejor o peor, pero creo que eran otras o tal vez era yo el diferente.
Pero claro tal vez la esencia que es lo que más importa no se perdió, al fin de cuentas aquél espíritu de paz y concordia sigue reinando, el sentimiento de reencuentro familiar sigue intacto.
Para quienes creemos en el Dios hecho hombre, sigue siendo también un día de profunda reflexión, de encuentro con la fe, que al fin de cuentas nada tiene que ver con la razón, sólo con saber que se cree en él, por creer no más, no por miedos.
Y al fin de cuentas por creer en él es que a pesar de estos 55, de las marcas que va dejando la vida por fuera y también por dentro, el alma no se doblega y sigue teniendo ganas de volar, de ir apilando sueños por dentro.
De abrazar y sentirte abrazado, de sentarse con ese amigo llamado Jesús, sólo por charlar de bueyes perdidos, de cómo empezar a construir un mundo mejor, al fin de cuentas mientras esté Él, eso siempre eso será posible y al fin de cuentas seguramente también Él, de puro “parcero” que es se tomará una que otra y la charla se hará más fácil y linda y por un momento nos olvidaremos de las injusticias y de los golpes de la vida y otra vez los sueños y la esperanza volverán.
¡Feliz Navidad! Me sirvo otra. ¡Salud!