Tiempos de fiestas, tiempo de crecer…
Las fiestas de navidad, fin de año y comienzo de otro, son sin duda un motivo universal de alegría y conmemoraciones, pero también de balance, reflexión, esperanza y renovación de anhelos y sueños. Tiempo de diseñar estrategias para la superación de dolores, frustraciones y pérdidas.
Sin embargo, si observamos la realidad, publicidad y propaganda mediante, inmerso como estamos en una sociedad capitalista, parece ser un tiempo de apoteosis del consumismo en todos sus aspectos. Presionado por un mercado que hace del consumo de bebidas, comidas, y regalos la piedra angular de la existencia individual, familiar y colectiva, muchos terminan haciendo, no lo que le demanda su propio espíritu e intelecto, sino lo que los “otros” dicen que se debe hacer.
Precisamente, viene al caso un cuento narrado por un sabio anónimo de nuestros caminitos de tierra colorada, de esos hijos de los chircales, de rostro arrugado y cabellos blancos, que creció entre espinos, en medio de la pobreza, y en que sus soledades casi centenarias, aprendió la solidaridad y el amor a la vida, mirándose a sí mismo, redescubriendo sus fortalezas para levantarse y seguir haciendo camino.
Había una vez -decía nuestro viejo sabio- algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: “No sabía quién era”.
Lo que le faltaba era concentración. Le decía el manzano, si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. “¿Ves que fácil es?”. No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas… “¿Ves qué bellas son?”. Y el árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: “No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas… Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior”. Y dicho esto, el búho desapareció.
“¿Mi voz interior…? ¿Ser yo mismo…? ¿Conocerme…?”. Se preguntaba el árbol desesperado, cuándo de pronto, comprendió… Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:
“Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros belleza al paisaje… Tienes una misión: Cúmplela”.
Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y solo entonces el jardín fue completamente feliz.
Al ver nuestro alrededor, aquí y hoy, en nuestro barrio, en la ciudad, en la frontera, ¿cuántos serán robles que no se permiten a sí mismos crecer? ¿Cuántos serán rosales que, por miedo al reto, solo dan espinas? ¿Cuántos, naranjos que no saben florecer? En la vida, todos tenemos un espacio que llenar, un camino a construir.
Cuántas veces tratamos de ir por el mundo tratando de ser lo que otros quieren que seamos, aun cuando esto signifique nuestra infelicidad. Sin duda hay que tener valor y carácter para afrontar con relativo éxito, los imperativos de la moda impuesta por el mercado.
Muchas veces debemos recordar que aquel que te exige cambiar para ser tu “amigo” no te ofrece nada más que un montón de ideas que nos dejarán más vacío que antes. Como me decía ese sabio viejo riverense, poblador de esos nuestros “cafundó”: “escucha a tu alma, ella sabe hacia dónde dirigirte cuando no sepas quién eres…”.