Rivera, jueves 28 de noviembre de 2024

¿Debemos acostumbrarnos a estar condenados al fracaso?

La celeste finalizó la disputa de un nuevo campeonato de selecciones y nuevamente, sin pena ni gloria, como sucede desde hace tantos años.
Es mucho tiempo de “sequía”, desde 1985 no logramos un título del interior, desde el ‘93 no festejamos absolutamente nada y desde el ‘98, cuando Frontera depositó a un equipo de Rivera en la Primera División del fútbol profesional uruguayo, no comentamos absolutamente nada positivo.
Demasiado tiempo. Y cada vez que la celeste queda afuera de una Copa Nacional de Selecciones de OFI el aficionado local y hasta el periodismo deportivo larga frases al aire como queriendo encontrarle la respuesta al fracaso.
Por eso es común escuchar que el técnico de turno no sabe nada, que el equipo no juega a nada; pero hace años que desfilan entrenadores sin que logren el ansiado objetivo.
También se le apunta al futbolista, ese que comete errores, que juega a poco y que no mete lo que debe; pero resulta que en tantos años vistieron la camiseta celeste cientos de jugadores sin que se pudiera alcanzar el éxito.
Entonces el tema debe ser mucho más profundo. Más allá de que las críticas se las lleven las selecciones, los jugadores y cuerpos técnicos, habrá que pensar si no serán las selecciones tan solo el disparador para darse cuenta de la angustia eterna que atraviesa el fútbol local.
Porque, en definitiva, la selección no es otra cosa que el fiel reflejo del fútbol local. Ese que decrece a pasos agigantados. Porque crecer no significa aumentar el número de clubes, como a veces se pretende hacer creer. Y no solo por los errores -que son muchos y gruesos- que parten desde la actual dirigencia de la Liga de Fútbol (así como de las anteriores), sino por el desinterés generalizado de los dueños de esa Liga, los clubes, que simplemente ven cómo transcurre la cruel realidad ante sus ojos, solucionando sus problemas internos sin ver que alrededor todo se desmorona. Por eso, quizás, a esta altura valdría la pena que los dueños de la Liga y quienes hoy están al frente de ésta se preguntaran si de verdad se tiene el fútbol que se quiere para Rivera.
Si están realmente conformes con el producto que se ofrece los fines de semana al hincha que todavía sigue creyendo.
Si los espectáculos son atractivos, y si los escenarios tienen las mínimas comodidades para que el que todavía paga entrada no pierda el gusto de hacerlo.
Pensar en una de esas si el nivel de juego en las canchas es relevante, y si los técnicos con los que trabajan desde el fútbol infantil a la Primera, pasando por las formativas, tienen los conocimientos necesarios como para proyectar el crecimiento de los futbolistas y, por ende, que ello pueda reflejarse en el terreno de juego. Y, en una de esas, en el caso de los clubes, preguntarse si fue lo correcto no preocuparse en serio por el timón del barco de la Liga.
Entonces aparece el tema del dinero, aquello de que los clubes apenas subsisten, de que se hace complicado y lo único que se quiere es no pagar déficit sin que importe nada más.
Y entonces quizás debería cada club analizar si hay un crecimiento año a año a nivel institucional; si las sedes sociales están como se quiere, si en el aspecto deportivo se cumplen los objetivos trazados, y si de verdad se cumple con ese objetivo social que se pregona una y otra vez.
Si, en definitiva, se tiene el club que se quiere. O si simplemente se subsiste.
Es todo cuestión de sinceridad. De mirar para adentro, reconocerse, para después poder enfrentar la realidad. Asumir para luego poder dar batalla a los problemas y encontrar las soluciones, sin mirar para el costado para buscar a quién cargarle la mochila de la culpa porque, en definitiva, el fútbol tiene que ser autosustentable más allá del interminable problema de la venta de jugadores.
Debe conseguir sus recursos y, para ello, debe tener un producto atractivo con el que, desde hace años, tiene que reconocer que no cuenta.
Pasaron años, y las selecciones siguen siendo víctimas de esa desorganización y hasta egoísmo del fútbol interno.
Eso sí: terminan siendo la gran excusa para tapar el resto. Y, mientras tanto, pasan técnicos que intentan hacer lo mejor posible con las pocas armas que les dan para pelear; pasan jugadores que hacen lo imposible más allá de las limitaciones, y que bajan la cabeza ante situaciones insólitas que deben vivir.
Y afuera nada cambia.
Mientras, también pasan generaciones de futboleros que no tienen idea de qué significa salir campeón del Interior, que nunca lo vivieron más allá de las estadísticas.
Pasan generaciones de hinchas que se acostumbran a ser perdedores.
Los hinchas que todavía apuestan a ir a ver a la celeste se van antes de que termine el partido.
Y así seguirá porque, si no hay un sinceramiento en masa, el fútbol riverense seguirá condenado al fracaso.

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