Decir Tejer Galeano (1940-2015)
(Por Michel Croz) “Escribo para quienes no pueden leerme”, escribe Eduardo Galeano. Y sin embargo ayer Galeano estuvo en los titulares de múltiples diarios alrededor del mundo.
Frente a la ignominia y a la pobreza de los detentadores del poder, este uruguayo de 74 años, supo cargar con la celebridad de saberse querido, admirado y criticado. Nunca fue unanimidad. “La unanimidad siempre es burra” sentenciaba Borges.
Sus opciones eran claras. Vivió con ellas, durmió y ceno con ellas. Diría, además, que, tejió con ellas. En un recital en 1999, en el Teatro El Galpón de Montevideo, dedico una serie de textos para el teatro independiente. Solidario. De ese evento nació el CD “Tejidos” publicado por Ayuí-Tacuabé.
En su primer track cuenta Galeano: “Quien escribe, teje. Al fin y al cabo, texto viene del latín textum, que significa tejido. Cono hilos de palabras vamos diciendo, con hilos de tiempo vamos viviendo: los textos son, como nosotros, tejidos que andan”.
Pero Eduardo, dejo de andar, no pudo destejer la tela de la Parca y en su centro fue atrapado. No pudo. O tal vez no quiso. “La muerte es mentira” escribió.
Todos estamos destinados a morir, muchos morirán de cáncer, descontrol de células descontroladas (lo escuche decir así, a un especialista en un programa dedicado a la salud). La vejez nos acerca a este tipo de desarmonía. Me apena su partida. Pero celebro su estadía, en tanto, estuvo entre nosotros. No será lo mismo. Nunca será lo mismo sin Galeano. Está claro.
Se habrá de sentir su ausencia. Quedará el recuerdo, como nos recuerda al inicio de uno de sus libros más entrañables “El Libro de los Abrazos”: “Recordar: del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón”.
Cronista del corazón, de la historia y su pulso, de las historias grandes y de las pequeñas, de lo sublime y de lo infame, de las historias que palpitan en todos los fuegos todos, todas las aguas, todas las tierras, todas las memorias (leer “Memoria del fuego”). Especialmente, el de la tierra madre y mujer, Pachamama, latinoamericana, de aventuras y desventuras, placer y agonía. Su último libro, aún inédito, que se publicará este jueves en España, se llama así: “Mujer”, y la celebra, como lo que es, un heroico pluriverso.
En 1971 publica su mayor proyecto histórico-literario “Las venas abiertas de América Latina”, denuncia y anuncia otra versión de la Historia. La otra. Subversiva, apasionada. Será traducida a múltiples idiomas, y convertido años después, en regalo, del entonces presidente de Venezuela Hugo Chaves a Barack Obama, “presidente del mundo” (según la definición del propio Galeano).
Galeano compinche de las palabras, poeta de todas las historias que recorrió y recurrió junto a las gentes, anotando en pequeñas libretas que cargaba (no le gustaba escribir en el computador, jamás lo hizo).
Periodista. Editor de “Marcha”, “Crisis” y fundador de “Brecha”, semanarios que marcaron época en el Río de la Plata.
Este montevideano, había llegado hasta el primer año del liceo. La universidad fue, literalmente, el polifónico mostrador del bar. Enamorado de Montevideo, frecuentador del Bar Brasilero en Ciudad Vieja, escribió allí (a pesar de su miopía), algunas de sus memorables crónicas. De hecho era más sabio, que “especialista” o escritor académico. No le interesaba. Le calentaba el narcisismo intelectual.
En este mundo chambón y jodido, propuso como principal derecho humano, el derecho de soñar…
Eduardo Galeano supo subir a su alto cielo encendido.
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
– El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas la demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.
¡Pan y rosas! En el camino tejido por Utopía, vivirá el Galeano verbo, de necesario fuego.