Rivera, domingo 1 de diciembre de 2024

La hazaña lograda por un riverense que se nos fue, pero queda su grato recuerdo

Transcurrían los primeros días del mes de octubre del 2007 y, casi como un desconocido, Héctor Ferrón se marchó rumbo a Shangai a participar de las Olimpíadas Especiales que se realizaron allí.
El primer desafío en su vida seguramente fue luchar contra los prejuicios, contra la indiferencia, la incomprensión y hasta la soberbia de quienes se consideraban seres “normales”, en oposición a toda persona que no se encuadre dentro de los parámetros conocidos.
A diario discriminamos a todos aquellos que se encuadran con ese estereotipo que determinado quien sabe por quién, tenemos de seres humanos; todo lo que no se asemeje a él, es groseramente catalogado “especial”.
Semejante disparate no admite la diversidad como un elemento enriquecedor y necesario para el ser humano.
Contra todo ello seguramente tuvo que pelear a diario Héctor Ferrón, a quien le ha tocado ver al mundo desde una óptica diferente, la de un eterno niño, calidad que como a otros tantos igual a él le da la ventaja de disfrutar de un universo desprovisto de mezquindades, de constantes disputas por intereses que seguramente desde su perspectiva son absolutamente anormales y lejanos al estereotipo de un buen ser humano.
Antes se le presentó un nuevo desafío en la vida, hacer de su vieja compañera de siempre, la bicicleta, una herramienta para crecer. Sí, para crecer, no para obtener dinero y ni siquiera las mieles de la gloria, sencillamente como medio de ir superando nuevos desafíos, que de eso sabe y mucho su vida.
La competencia con sus iguales de todo el país, fue un verdadero acicate al ciclista que andaba escondido por los rincones de sus sueños diarios, la vieja y lenta bicicleta fortaleció sus músculos, hasta que, a puro pedal, literalmente los pasó a todos por arriba.
Llegar a Montevideo había sido el fruto del trabajo denodado y desinteresado de los integrantes de la Comisión formada a los efectos, pero la inesperada y fantástica presentación de Héctor les planteaba una nueva meta, hacer posible su presencia en Shanghai, ahora representando a todos los uruguayos entre setenta países.
Aunque parezca increíble a pesar del “Oro” logrado en la competencia nacional, no llegaron los apoyos necesarios y Héctor siguió meta pedal en su vieja bicicleta, compañera de siempre, que seguramente teniendo en cuenta tan vieja amistad fue la cómplice ideal para fortalecer más que el músculo el alma.
Lamentablemente fueron muy pocas las manos que se extendieron para apoyar la “quijotada”; allá tuvieron que andar una vez más los miembros de la comisión “mangueando” aquí y allá, claro que como siempre el apoyo del común de los riverenses no se hizo esperar, pero es poco lo que se puede. Faltó el otro, el que debía haber venido sólo, desde el Estado, desde las empresas más importantes.
Al extremo tal llegó la desidia, la falta de solidaridad que Héctor se fue sin una bandera de su Rivera; después se le envió una.
Y allá fue otra vez tras la meta. Ahora algo más allá que Montevideo, ahora tras algo más que el “oro” a nivel nacional, ahora a Shanghai, tras la medalla olímpica y al fin llegó, en partida doble -por ahora- “Oro” y “Bronce” y seguramente su corazón de niño andará loco de contento, no por el dinero, no por la gloria, sencillamente por eso de ir venciendo vallas, las de la indiferencia, las de la desidia, las del “no creo”, para cambiarlas por las de la esperanza, la alegría, por los “sí se puede”.
Ciudadano ilustre del deporte riverense fue el título que se le otorgó al regreso con las dos medallas en el pecho, una caravana que se conformó con algunos pocos que fuimos a recibirlo al entronque de las Rutas 5 y 27, cuando se bajó del ómnibus para ser trasladado en coche, encabezando una veintena de vehículos que lo acompañaron.
Recuerdo claramente las lágrimas en sus ojos cuando vio tal recibimiento, después lo conocido, los flashes, las demostraciones de cariño y afecto, muchas de las cuales no habían estado antes de su partida. Homenajes, recuerdos, gratitud que Héctor supo sobrellevar casi sin entender.
Luego, como siempre, el olvido. Pasó a ser un riverense más y hoy, realmente, son muy pocos quienes recordamos aquellos momentos de felicidad que le sirvieron solamente para comprobar que siempre se puede vencer a la adversidad
Y este fin de semana, producto de una enfermedad cardíaca, se nos fue muy joven, con apenas 48 años de edad. Se nos fue físicamente, pero seguramente muchos lo recordaremos como un verdadero ejemplo de tenacidad y esfuerzo, pero, por sobre todo, de amistad.

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