Por la navidad de los olvidados…

(Por Mario Píriz) Día de fiesta; día del nacimiento de Jesús de Nazaret para muchos, día de celebración del amor- ágape, fraterno y universal. Día de la Familia, del Hogar, de ese entramado humanista, tan vívido, complejo y profundo como la propia vida. Día de todos, y de todas las vidas; de las luces y de las sombras; de las alegrías y del dolor; de las presencias y de las ausencias. En definitiva, celebración de la VIDA, así, con mayúscula.
Hoy, navidad del 2012, lamentablemente la noción de solidaridad está tristemente institucionalizada. O como cuestionable acción caritativa y filantrópica, o como cooperación en el mundo empresarial y social. La solidaridad institucionalizada en caridad, filantropía y cooperación, es a la medida y forma de la sociedad actual, ferozmente competitiva, empeñada cada vez más sofisticación en la alienación del ser humano. Se impone la vulgar creencia de que el ser humano ha llegado al fin de todos los sueños, que se ha encontrado con el mejor de los mundos. El del nórdico Papá Noel que en su entusiasmo compulsivo, no ahorra risotadas a su voz de aliento al frenesí consumista, no dudando en bajar del trineo y embarrar su vestuario imperial, blanco y rojo.
En verdad, habría que decir, el mundo político y económico que mejor se adapta, hoy por hoy, a este sistema esencialmente inhumano, empeñado, reiteramos, en la anulación sistemática de toda conciencia histórica, social y política, y la atomización de los individuos basada en el “sálvese el que pueda”. El egoísmo, antípoda de la solidaridad, se institucionaliza como seudo valor y se constituye en cultura e ideología dominante.
Y vaya un ejemplo dolorosamente entrañable. Siguiendo esa consigna de “¡sálvese el que pueda!” el bebé anónimo que tuvo su Navidad en el pesebre de uno de los basurales de nuestra ciudad, aguarda cumplir su primer año de vida en una dependencia del INAU. En esta navidad 2012, que bien podría ser su segunda navidad, en vez de villancicos de amor, escuchará la indignante letanía de la Justicia injusta alargando el proceso de darle una identidad y un hogar digno. Hasta ahora, ese anónimo bebé se viene salvando. El frágil milagro de la vida estalla en sus ojitos de mirar lejano y triste. Sigue sobreviviendo. Y como él hay muchos otros, que se asoman a la existencia en la orfandad de la pobreza para sembrar de estrellitas el firmamento de esta humanidad dolorida.
La vida puede más que la burocracia, el poder, el egoísmo institucionalizado disfrazado de solidaridad y la indiferencia social y política. Es que el amor solidario tiene madera transformadora. Y aunque nuestro olvidado bebé tuvo por cuna la soledad trágica de un basural, es una vida fruto de amor, tal como lo es el tallo y el trigo, que para serlo, debió pudrirse como semilla para germinar en el abrazo amoroso y oscuro de la tierra, el agua y el silencio creador.
Filantropía, caridad y cooperación que están lejos de aquel antiguo concepto de solidaridad de “con-partir” el sencillo pero inconmensurable Pan de la Vida; de solidaridad entendida como amistad lisa y llana, sin arrugas. Solidaridad, Pan de la Vida que se amasa, se hornea y se reparte y comparte, en el cuenco del hogar, la familia. Familia esencia, y más allá de pobre o rica; monoparental o no; familia como manantial de vida, refugio y soporte del alma.
Celebremos la Navidad, conscientes de que la solidaridad esencial no es tan solo un bonito sueño. La confianza en la emancipación humana y social a través de la educación y la cultura no es ninguna utopía. O quizás lo sea, pero no un imposible. Basta con que sea necesario para hacer que el anhelo milenario de que la tierra sea el paraíso del Ser Humano, sea posible.

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