Por acordarme…

(Por Ariel Rodríguez) Claro que son muchas las mujeres que van marcando el recuerdo, ese que a veces quiere escapar, pero que uno busca y siempre está.
Y claro que me acuerdo de las mujeres que fueron marcando mi vida, mi abuela Constancia, haciendo de cada guiso un manjar y mi madre y sus charlas largas meta mate y su preocupación por “su” gente del Cerro del Estado, Mandubí o el entonces “Mormazo” y de mi Tía-madre Luisa y su todavía generosa actitud de vida, siempre pronta para escuchar y me acuerdo de mi hermana y mis primas y nuestro andar juntos.
Me acuerdo de mi primera “gurisa”, de la primera vez que fuimos al cine ¡y como han cambiado los tiempos!, cuando en la “Matiné” del Rex, tímidamente intenté tocar su mano.
Me acuerdo cuando ya adolescente el amor fue tomando otras formas y me acuerdo de mujeres que quise y no me quisieron y alguna que me quiso y no quise y seguramente no puedo olvidarme de largas noches en el “Farolito”, el “Chalet Verde” o la “Pegui”, cuando en medio de humo de cigarrillos y vasos que van y vienen, descubrís que también allí hay corazones y almas, que hay lucha por parar la olla del hijo que espera que el día llegue, que hay historias de vida, generalmente de dolor.
Como olvidarme del primer encuentro con Sylvia, mi compañera de la vida, madre de mis dos soles y como no recordar el día que nació esa mujercita – hija llamada Cecilia.
Recorriendo recovecos de la memoria me encuentro con la “Negra” María Fumaça, ahogando penas en una botella de “branquinha”, transformando la vida en un eterno baile; de Beatriz, la “Muñeca de Loza”, cruzando la Brasil, Sarandí y la línea, meta taco, envuelta en el rojo furioso de sus labios.
Aún resuena en mis oídos y por eso no me puedo olvidar el sonido de la alcancía de la “cieguita” María, vivo ejemplo de lucha solidaria.
Si me meto allí por mi calle Carámbula, entre Uruguay y Rivera, no puedo olvidarme de las hermanas Moreira, de Doña Cayetana o Doña Aida.
Me acuerdo de Doña “Dora” y Mirta las almaceneras del barrio, que no sabían de derechos, sólo del oficio de trabajar y ser madres.
En medio de recuerdos que de pronto se van y otros vuelven a borbotones, me llegan figuras de maestras de la Escuela 2 y después de profesoras del Liceo.
Y llega la triste imagen, de aquellas primeras mujeres cargadas en camiones, rumbo a la “tabacalera”, a meter lomo por tres monedas.
Me acuerdo de las empleadas de las “Tiendas” de Sarandí subiéndose al CORSA, a las siete de la tarde y recuerdo a las gitanas queriendo adivinarme la suerte.
Me acuerdo de la voz de Soledad López, en el canal o la radio y de sus poemas y me acuerdo de la lucha de aquellas edilas, de todos los partidos, que marcaron un ejemplo, por lograr la Comisaría de la Familia y la Mujer y también de las mujeres que hicieron posible la Escuela Esperanza APADIR o ADIS.
Me acuerdo de “Secundina” allá por el Residentes de Rivera, adoptándonos a todos como hijos.
Y me acuerdo siempre de la sonrisa y del cariño, de la lucha, de la pelea diaria de tantas pero tantas mujeres, que van abriendo paso a una sociedad mucho más equitativa, más justa.

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