Cartografías de frontera (2ª parte): Teatro y Educación en espacios de encierro

Por la(s) frontera(s). Pensar y sentir desde la brecha. Pensar y sentir desde el “entre”. Por entre los pliegues de los bordes. “El borde siempre es la mitad de otro camino” poetizaba Salvador Puig, escritor uruguayo. Borde y abismo. Una frontera al sur de un continente. Banda Oriental, Uruguay. En la pandemia, en tránsito por la peste. Pensar y sentir para provocar y evocar pliegues y despliegues rizomáticos: “Nosotros solo pensamos en la punta (frontera) extrema de nuestro saber en aquel punto (frontera) donde nuestro saber es vecino con nuestra ignorancia”* (Deleuze).
Las fronteras pertenecen a las cartografías nacionales, a los mapas de los registros castrenses y escolares, al reino de la alteridad (“el otro”, “el opositor”, “el enemigo”, “el diferente”). Enfrentamientos por autoafirmación, la identidad que se construye por oposición. Pero hacia el interior de los límites hay espacios habitados por la sinuosidad, la movilidad, la fragilidad, la porosidad.
Las cosas empiezan por el medio decía Deleuze. El arte, la cultura, el teatro muchas de las veces, se desenvuelven como fronteras en pugna. Desde las ciudades, desde los estados, el territorio real e imaginado: la nomiNación. Enclavadas en un continente espoliado por gobiernos corruptos, y en donde las fronteras, los suburbios, los márgenes del estado-nación, antes firmes, se han visto frágiles, quebradizos, donde se diluyen en trazos líquidos (Bauman) que (con)fluyen en un mar global y pegajoso.
Recuerdo la suprema aspiración utópica (y “políticamente incorrecta”) de Ibsen: “El individuo no tiene en absoluto necesidad de ser ciudadano” escribe en una carta a Brandes, amigo y consejero, “por lo contrario el Estado es la maldición del individuo… ¡El Estado debe ser abolido! ¡En esta revolución sí tomaré parte!”.
El pastor Brand (“espada de fuego”) afirma desde la furia: “Frente a una generación que es floja y perezosa, el mejor amor es el odio”, y la caridad y la humanidad no son más que incentivos a la debilidad humana.
Big mundo Brother. Global, “flojo” (como al inicio del Siglo XX nos advertía Florencio Sánchez), “pismoderno” y cementerio de “vanguardias”. Castoriadis rechaza las teorías sobre la posmodernidad. Lo posmoderno, escribe, demuestra la “patética incapacidad de nuestra época para pensarse como algo positivo”. Definida como “pos – algo por referencia a lo que ya ha sido y ya no es, y a autoglorificarse con la curiosa afirmación de que su sentido es la ausencia de sentido y su estilo la falta de estilo”.
Junto a la pandemia, se instala la necropolítica, potenciando la ausencia del encuentro real y el coliseo romano con gladiadores y leones incluidos, bajo el nombre de redes sociales en internet.
En el mismo sentido vocea el polifónico Ariel Mastandrea: “Nuestra forma de vida se ha hecho ya demasiado vieja y los sistemas de signos de representación corresponden a la decadencia de una cultura de la repetición y la muerte”.
(…) “Hoy sufrimos de un exceso de modernidad, no hay acuerdos, los puentes han sido volados a través de las reglas del mercado (Baudrillard)” y se hace difícil elegir porque todo es elegible, todo está sobresaturado en “un mercado donde todo se compra y se consume, se estetiza, se fetichiza y todo está ilustrado para ocultar o disfrazar su valor (Guattari)”.
Y los individuos y las cosas ya no producen “Historia”. La “Historia” parece estar muerta (ufa!). Y del escenario también se bajan las Utopías que daban sentido de travesía a la Historia.
En todo caso afino con el bardo alemán (discípulo de Brecht) Muller: “Para se libertar do pesadelo da história, tem-se primeiro que aceitar a existência da história. É preciso conhecer a história. Senão ela podería reaparecer na forma antiquada, como um pesadelo, o espíritu de Hamlet. É preciso primeiro analisá-la, depois pode-se denunciá-la, livrar-se dela”.

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