No debe pasar inadvertido el clima deportivo al concluir la final sub-17

Ya estamos cansados, aburridos, de ver finales complicadas, con chicos pelando en la cancha, con gente con puños crispados fuera de la cancha, con insultos soeces desde la tribuna. Algo que lamentablemente se está tornando casi habitual en cada una de las finales, incluso las del fútbol infantil.
El que pierde sale corriendo al que gana hasta encontrarlo y tratar de propinarle una golpiza, como si con ello pudiera ocultar lo que en la cancha no pudo. Nos cansamos de escuchar voces que llegan desde afuera responsabilizando a los árbitros de lo que los jugadores no hacen en el campo de juego.
Pero hoy tenemos que señalar que felizmente vimos una final jugada con deportividad.
Es difícil perder cuando se llega tan lejos, es difícil reponerse del objetivo que no se concreta, es complicado haber perdido un penal, haber marrado la última posibilidad en el partido cuando los azules ya gritaban el gol del triunfo y del título.
Pero, aunque parezca mentira, también es difícil dejar de festejar un triunfo cuando las pulsaciones están a mil, y atender a los rivales que llegan a saludar. Eso fue lo que vivimos el pasado domingo en la cancha de Peñarol.
Cuñapirú ganó, fue el campeón del torneo sub-17, fue la revancha del partido final de la categoría sub-15 de esta misma temporada cuando fue Oriental el que le ganó a Cuñapirú en la última jugada del alargue del partido final.
Los gurises de Oriental quedaron tirados en la cancha, entre extenuados y desconsolados. Mientras tanto los tricolores sacaban fuerzas de flaquezas para festejar, para seguir corriendo hacia cualquier lado buscando un rostro familiar afuera de la cancha para gritar con el poco oxígeno que le llegaba al pulmón.
Primeros instantes de festejo de un lado, de desazón del otro, y cuando cesa el esfuerzo y llega la tranquilidad, el reconocimiento, los azules se levantaron y fueron hasta donde festejaban los rivales hasta hace un par de minutos.
Saludaron, los técnicos se estrecharon en un abrazo y se fueron a un rincón a recibir el trofeo que les correspondía por haber llegado a esta instancia. Se fueron cabizbajos pero seguros del deber cumplido.
En la cancha quedaban los tricolores, que casi no se los veía más; la noche se había apoderado del Parque “Pedro Maciel” y terminaba con la sonrisa de cada uno de los que allí quedaron. Por encima de todo ganó el fútbol, ganó el deporte bien entendido.
Todos saben que la revancha está a la vuelta de la esquina, como la que tuvo el propio Cuñapirú después de haber perdido, en la última jugada, el título de la categoría sub-15, ante este mismo Oriental.
Felicitaciones a los que nos hicieron posible vivir estos momentos. ¡Que se repita siempre!

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