¿Está bien festejar como si ya se hubiera logrado el título?

Los riverenses, como todos los uruguayos, festejaron el triunfo ante Corea como si fuera la final de la copa del mundo.
Todos estábamos en Avda. Sarandí con camiseta celeste, envueltos en una bandera y con la cara pintada.
Más de una vez he dicho que soy partidario de festejar “lo que venga en el fútbol”: un título, una rueda, un partido, un gol, una salvada del descenso, el gol de la honra… eso es lo que da felicidad y no porque no podemos emular glorias pretéritas quedarnos agrios en el banco.
Siempre hemos escrito que la selección uruguaya no me entusiasma, ni en los amistosos ni en las eliminatorias.
En los últimos años, desde antes del Mundial de Italia 1990, todo está muy teñido de política, de Paco, de Tenfield y otras yerbas.
Además, son episodios aislados: un partido o dos, cada un par de meses.
El día a día para mí, es el deporte local.
El objetivo es volver con la celeste del Norte al sitial de privilegio que la mayoría de quienes hablan de fútbol hoy, no conocieron.
También he dicho, que como buen futbolero, “entro” en el clima mundial.
Y el hecho de que Uruguay esté en un Mundial, es ya un hecho de festejo.
Estar en los sitios de Internet, en los noticieros de otros países, en los álbumes de figuritas… eso no pasa si Uruguay no va al Mundial.
Después, la gran campaña de esta selección y la gran adhesión que ha provocado la selección.
Después de año y pico de procesos electorales, donde los uruguayos hemos pasado de confrontación en confrontación, que está bueno que sea así porque es la base de la democracia, pero siempre son unos contra otros, luego la definición del torneo local, enfrentados hasta con violencia.
Por eso cuando viene esto, más allá de las desmedidas aspiraciones de algunos (¿qué es ser desmedido hoy con lo que se ha visto del Mundial?), el que los niños se pinten de celeste, que las escuelas, los liceos, las maestras, los profesores, los empleados, los bares, se tiñan de alegría y el pacato y gris pueblo uruguayo se abrace entre sí, es ya un logro que va más allá de la fase que alcance esta selección.
En Uruguay respiramos fútbol: los que nos gusta lo inhalamos como adictos y aún los que lo aborrecen, tienen su vida influida por el fútbol.
Por eso, más allá de los circunstanciales récords, que a nosotros por supuesto que nos gustan, y más si somos testigos de ello, de las buenas campañas, este Mundial significa mucho para nuestro país, y sobre todo nuestro pueblo, nuestra gente.
A los jóvenes (y ya lamentablemente no me incluyo en ese sector) les achacamos falta de iniciativa, que buscan la fácil, que están para otra cosa, que erran los caminos.
Pero cuando espontáneamente festejan, se sienten orgullosos de ser uruguayos, bailan y se pintan la cara, les queremos “cortar el mambo” con una pátina de gris por sobre ellos, aplacándolos y diciéndole que esto no llega a los talones de los de 1930, 1950, etc.
Además, los que dan cátedra de sólo aspirar a la supremacía, difícilmente vieron esas gestas (hay que tener 70 años o más para haber sido testigo de ello), entonces ni vieron lo más grande ni quieren festejar los pequeños logros.
Es por todo ello que está muy bien que se festeje como lo hicimos los riverenses el pasado sábado enfrentando la lluvia, el frío pero con calor humano que es mucho más importante.
Ojalá, por el bien de Uruguay, de los uruguayos, de los que nos gusta el fútbol, sigamos adelante, pero sobre todo por esa inyección de alegría, de optimismo, de “cosa distinta” que está entrando en nuestra sociedad. Para que entre y se quede y no sea una efímera muestra de alegría.

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