Borges en la Frontera

Penúltimo, en el ciclo Artepensamiento, Raphael Ficher, docente de talleres literarios, licenciado en letras por la Universidad de São Paulo, escritor premiado, amigo y vecino, nos entusiasmó, con su entusiasmo por la palestra que dio sobre Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino-universal.
La temática abordada se centró en la frontera, en esta frontera geográfica, política, bárbara, violenta de la que se ha escrito mucho, sobre todo de sus guerras civiles en el lento morir del siglo XIX al acelerado amanecer del XX. Pero también fue inevitablemente que otras fronteras se colaran en la charla, fronteras del pensamiento y la escritura, que permearon la literatura de Borges (y en alguna medida, también la de Ficher).
Como hay mucho para hablar, registrar, cuando se trata de Borges, me voy a atrever a realizar esta columna en dos partes (o tal vez en más veces), donde voy a dar un panorama de Borges y sus circunstancias fronterizas en el norte de la banda oriental y, luego transcribiré el texto base de la excelente charla dada por Raphael Ficher, en Calle Brasil Cultural, el miércoles 21 de setiembre (seguramente el propio Borges no dejaría pasar la fecha en vano, y seguramente hablaría de los misterios y mitos entorno a esta data y de su simbología para muchas culturas antiguas, en tanto inicio de la primavera).
Pero empezaré precisamente, por nuestra región que linda con Brasil, y que aparece en los cuentos de Borges como un refugio para traidores. Así resulta en “La forma de la espada” (incluido en Ficciones) y en “El muerto” (incluido en El Aleph). Vincent Moon, traidor a la causa irlandesa, se instala en una estancia en Tacuarembó. Es “el Inglés de la Colorada”. Balderston define la frontera norte en la literatura de Borges como ese “lugar de pasaje donde se pierde la identidad y puede construirse otra, lugar de ambigüedad en la lengua y en la moral, lugar de peligro y violencia”, observa acertadamente que “ese nombre de la estancia, la Colorada, incluye indudablemente una referencia implícita a las guerras civiles uruguayas” y argumenta que como en el campo uruguayo el partido dominante fue el blanco, “de haber sido colorado el dueño de la estancia, eso habría sido muy evidente en la región” (Balderston, 2000, p. 78 y p. 88).
En “El muerto”, la Banda Oriental y en particular nuestra frontera, es de nuevo la tierra que acoge al que anda huyendo de la justicia y que parece prestarse al cambio de identidades y a la traición. Otálora es argentino, pero huye de su tierra porque ha matado a un hombre. Después de una “travesía tormentosa y crujiente”, el joven llega a Montevideo. Allí conoce a Azevedo Bandeira y empieza a trabajar para él junto a otros contrabandistas uruguayos. Pero Otálora es ambicioso y engreído:
Lo mueve la ambición y también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe de entender que yo valgo más que todos sus orientales.
Hacia el final del cuento, Otálora se ha hecho amigo del guardaespaldas de Bandeira, dirige a los contrabandistas y aspira a usurpar el lugar del gran jefe. La zona de operaciones en la que se mueve “parece conspirar con él y apresura los hechos”. Sin embargo, el desenlace del cuento le demostrará que si la tierra uruguaya oculta, también castiga. En el momento de morir Otálora comprenderá que su aparente ascenso no fue más que una concesión que los uruguayos otorgaron a quien consideraban, desde hacía mucho tiempo, un muerto.
Escondite de traidores, aunque no tanto, puesto que todos acaban por ser desenmascarados: Vincent Moon se ve obligado a confesar su verdadera identidad al final del relato y Otálora comprende, en el momento de morir, que él no valía más que los orientales, que la posibilidad de cambiar de identidad cruzando el río es menos cierta de lo que a primera vista parece. La tierra uruguaya acaba instaurando su propia justicia, no necesariamente institucional y pública, pero inexorable y tal vez más auténtica.
Como en su autobiografía, como en sus ensayos sobre el criollismo, como en su recreación de la interminable serie de guerras civiles que llevaron de las declaraciones de independencia al nacimiento del estado moderno, Borges imagina que el tiempo (que aquí es uno solo y que avanza en Buenos Aires y en Montevideo con idéntico ritmo) puede borrar las diferencias entre uno y otro margen del Plata. El lector de Borges sabe, sin embargo, que el otro y el mismo, como lo advertía Borges en el inicio de Fervor de Buenos Aires, son “nadas (que) en poco difieren” y que en el revés de esta voluntad de indiferenciación vuelven a dibujarse los matices de una historia que seguirá contándose.
La imagen del Uruguay en la obra de Jorge Luis Borges se declina en tenues matices. El escritor oscila, en efecto, entre la tendencia a borrar las diferencias entre las dos orillas del Plata y la tendencia a subrayarlas. Los matices se diluyen en la definición del criollismo (en los ensayos de Borges) y en la recreación (en sus cuentos) de las guerras civiles que marcaron el proceso de formación del estado moderno en Argentina y en Uruguay. Los matices entre ambas orillas se subrayan, en cambio, en muchos otros textos en los que la banda oriental del río aparece como una tierra más dramática, más elemental y más brava que la Argentina, o como un espacio en el que el tiempo transcurre más lentamente, o como un escenario propicio para los prodigios discretos, o como una zona fronteriza de refugio, tan precario como peligroso, para traidores de toda laya.

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